Foto de cabecera. Carlota Pérez de Castro
¿Cómo surge la idea de darle movimiento al arte a través del performance y body painting?
Es muy tierno. Estas performance, estas manchas y estas acciones artísticas vienen de un juego. De niña, en vez de jugar con juguetes, en mi casa me dieron pinturas y materiales de creación. Entonces desde niña he entendido la creación como el juego, como la diversión, como el mejor acontecimiento del día. De pequeña jugaba con mi hermana y la pintaba. Jugaba a disfrazarme, a ponerme papeles, cartones, a pintarme la cara, a pintarme el cuerpo… entonces es muy tierno, como es literalmente la evolución de mi infancia.
Ya como una adulta, lo que hago es reconectar con esa niña, el juego y la inocencia que, cuando eres niño, no te das cuenta lo valioso que es. Cuando coges un poquito de perspectiva entiendes que los niños están mucho más conectados con la sabiduría que ningún adulto.
Los niños no ven imposibles…
De pequeño no entiendes dónde están las normas y qué se puede hacer y qué no se puede hacer, yo creo que siempre he tenido esta libertad y a medida que voy conociendo estas normas, intentó casi olvidarme de ellas y recordarme que la creación no tiene normas.
Luego ya lo estructuramos para que entre a una galería, dentro de una exposición o en una feria, y cómo esto se puede transformar en algo expositivo dentro de esta industria, no, pero, pero a la hora de crear no existen.
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Cuando te surgen esas nuevas ideas, ¿quién es tu primer confidente?
Pues la verdad que intento no contarlo. Intento guardar la pureza de la idea. Si lo pienso, me lo imagino y lo hago, es muy espontáneo. No ha habido un filtro, no ha habido juicio, no ha habido otras opiniones, sino que es como guardar mi máxima pureza e intentar sacarla lo más limpia posible.
Y una vez está sacada, mi mayor confidente podría ser Borja Colón, mi novio, que es pintor con el que comparto este estudio y la vida y la carrera de pintores. Él, que es muy arquitecto, tiene los cimientos muy bien puestos y es muy ordenado en este aspecto, le da a veces una mirada seria, pero también entiende que yo tengo mis tiempos.
¿Cómo trabajaste la idea para la exposición ‘La Huella del Flamenco’?
Todas estas performances nacen de yo querer vivir esta experiencia, de subirme a un lienzo, mancharme entera, empezar a moverme. Coger a mi hermana, que es bailarina, mancharla a ella, ver cómo su movimiento en el lienzo genera manchas.
Entonces en este juego y en esta investigación personal empiezan a salir cosas relevantes. Yo vengo haciendo esta performance desde hace cinco años, al principio sí, era un chapoteo, una investigación. Poco a poco se fue formalizando, de repente investigar temas concretos como la empatía y cómo, a través de la danza y la pintura, podemos tratar la empatía. Cómo podemos hablar de mi vínculo personal con un lienzo. Para mí el arte es compartir un proceso.
A lo largo de estos años he trabajado con artistas, con bailarines de arte contemporáneo o de danza neoclásica. Y siempre he soñado hacerlo con el flamenco, pero no que se quede aquí, sino hacerlo con danzas tradicionales de los países del mundo. Me interesa mucho, sobre todo ahora en la exposición del flamenco, y en general, me inspira mucho la tradición, lo que los humanos llevamos haciendo muchísimo tiempo… Y cómo ese legado arrastra un pasado con muchísima carga.
¿Cuál es la reacción de los bailarines a los que propones una performance?
Yo creo que todo bailarín sueña con pintar su trazo, con dejar su huella plasmada en un lugar. Siempre que se lo he propuesto a alguien, lo que ha salido de ellos es como emoción, ilusión. Y ganas de experimentar y vivir esta experiencia, igual que tenía yo ganas hace 5 años de sentir esta locura que es que tú seas la obra de arte.
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Perder el miedo de mancharnos, también… Este es un hilo conductor muy presente en tu obra…
Absolutamente. Que no haya barreras, que no haya nada mal, que el mancharse esté bien. Yo he sido educada de esta manera, por esto hay que darle mérito a mi madre. Ella es pintora y desde que yo soy una niña he pintado los fondos de cuadros de 2×2 de mi madre y no había error. Llegaba a mi casa y… «¡qué bien, mi amor!». He tenido muchos refuerzos hacia el “da igual, todo es válido. Crea y no pasa nada. Y no te juzgues.”
Es algo que está muy presente en mi trabajo, y que a mí me han dado desde niña. Yo le entrego esa libertad a los bailaores, de decir: «mancha, juega, diviértete, cáete, resbálate, rompe las macetas, rompe el traje, da igual, disfruta, métete en tu viaje y disfruta.»
Y una vez yo preparo todo, el escenario, los colores haciendo las mezclas durante una semana, la medida de agua… preparo como si fuera el nido. Y una vez yo digo “acción”, ya está. Se puede romper la camisa, se puede destrozar todo, que yo no voy a pararles. Ellos están en su viaje.
Y luego tú también le das un toque final a esos lienzos…
Este proceso es increíble y muy duro a la vez. Es un desapego a la obra final. Se generan manchas a mitad de performance que van a ser tapadas encima y que van a desaparecer. Hay tantas veces en la performance que diría “quietos, está perfecto, está precioso”, pero sé que no puedo hacerlo porque esa no es la realidad.
Porque al final… ¿qué es la danza?, ¿qué es lo que estoy retratando yo? La emoción, la emoción del flamenco, la energía del flamenco, la energía de la persona con nombre y apellido que se sube a este escenario.
Una vez ellos ya terminan, vacían ahí toda esa energía y salen, yo, cargada de toda la emoción que he vivido como espectadora, entro en el lienzo. Y ahí pues me pongo a pintar, me pongo a escribir… remato de alguna manera la obra.
Creo que es muy importante este momento que tengo yo de intimidad con el lienzo, porque en mi trabajo hay muchas personas que participan, un bailador, un músico, un videógrafo, un fotógrafo. De repente somos un equipo increíble, que todos entramos en sintonía, pero también es muy importante que yo cultive mi momento íntimo con la obra.
Al final no deja de ser un retrato del flamenco, sí, pero a través de los ojos de Carlota Pérez de Castro. Entonces es muy importante que luego yo me aleje y tenga este tiempo para estar a solas, en silencio, con la obra. Pintándole dejándome, escribiendo, resaltando manchas… volcando también un poco lo que es mi interpretación de lo que acaba de pasar.
Hablas del comisariado y de un equipo, ¿cómo ha sido trabajar con ellos?
Para generar estos proyectos me rodeo de personas a las que admiro, entramos todos en una sintonía, desde la persona que hace la foto hasta la persona que monta el escenario. Hago meditaciones guiadas y ejercicios para entrar todos en esa sintonía antes de generar la performance, sea la del flamenco o la que sea.
En La Huella del Flamenco hemos contado con el videógrafo Wen Colom, en las fotografías Lucía Thapar, Pablo Anyway y Carlos Pozo. Cada uno da una visión distinta a este proyecto.
Las bailaoras son Sofía Polina, en el vestido verde, y Guadalupe Torres en el amarillo. Son dos eminencias y seres de luz porque la huella que han dejado en sus cuadros aún no me la explico.
Todo de la mano del curador Oscar Manrique, que me ha ayudado a ver otros puntos de vista y conclusiones que te ayudan a llegar a lugar distintos. Rodearte de buena gente, delegar y compartir.
Una vez que todos estamos en sintonía, cada quien ofrece al proyecto lo que viene trayendo, cada uno vuelca sus emociones y experiencias en este proyecto.
¿Qué puede esperar el público al visitar ‘La Huella del Flamenco’?
Estas obras lo que hacen es un retrato lo más realista posible de la experiencia vivida, aún siendo un cuadro abstracto. A la hora del performance, el suelo y las paredes son el lienzo, se generan dos gravedades. El cuadro que está abajo tiene una energía muy fuerte, muy densa, con un peso muy potente porque recoge el peso del bailaor y su taconeo.
Y por contraste, el lienzo que está puesto en vertical tiene una energía mucho más vaporosa de cómo roza el mantón, el vestido… una energía mucho más liviana y delicada.
En la exposición hay dos obras de cada performance: la gravedad del suelo y la gravedad de la pared. Estas dos energías, siendo en la misma actuación con la misma persona, con las mismas pinturas.
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Cuéntanos una anécdota que te haya marcado…
A mí me gusta también compartir los principios, cuando no tienes muy claro que está pasando. Ahora yo estoy muy segura de mi proyecto y estoy muy orgullosa de él. Pero este proyecto ha tenido momentos muy inmaduros. Me parece muy importante que las personas que vienen después a crear entiendan que todos hemos pasado por esos momentos que no te comprendes del todo, que no sabes si es bueno o no, y me gusta compartir que aunque no sea perfecto que se lancen.
Entonces te voy a compartir la anécdota de mi primera performance, hace cinco años. Era mi segunda o tercera exposición, fue después de la pandemia o en plena pandemia. Ese verano un poco raro de 6 personas por mesa. Yo lo pasé en un pueblecito que se llama San José, en el sur de España, en Almería. Allí iba a clases de cerámica con una amiga que era bailarina, pero yo me aburría un montón con el torno porque no soy nada delicada.
Entonces yo recuerdo estar con el torno y empezar a mancharme de barro jugando, así como como aburrida, y diciéndole a ella «mira qué bonito como se genera la mancha». Y le digo «Oye, te importa que vayamos a unas rocas a pintarte con barro y vemos cómo se mueve tu cuerpo y como se hace esta mancha».
Nos fuimos con la con la cerámica debajo del brazo a unas rocas en frente del mar. Me puse a pintarla con música por el mero hecho de disfrutar y de jugar. Entonces yo le ponía pintura y ella no quería. O de repente ella me ponía el codo porque quería que le pintara allí.
Se generó un diálogo que yo le dije, tú ahora mismo eres el lienzo, eres un lienzo que me pides pintura donde la necesitas, qué no te gusta, dónde no, que ponme aquí que la composición se cae. Era el diálogo interior que tengo yo cuando pinto un cuadro.
Me quedé helada y dije, esto es súper bonito. Tenemos que exponerlo. Había conocido a un chico que tenía un bar y me ofreció hacer allí una exposición todo el mes de agosto. Y a las dos semanas hicimos una performance con esta bailarina, con mi hermana y con otra amiga, a modo de cierre de la exposición. Al terminar y encender las luces toda la gente a lagrimones.
Sentí que la vida me dijo: «puedes hacer lo que te dé la gana, y lo que a tite da la gana es algo válido y bueno. Con que tú estés contenta y en sintonía con tu trabajo y con lo que quieres contar y con tu proceso, eso va a llegar»
Entonces a mí se me abrió un mundo.
Otro de tus proyectos es el de «Exposición andante», ¿cómo surgió esta idea?
Eso también empezó en épocas de Covid. Pensé comenzarlo en Almería pero preferí esperar a volver a Madrid a un momento más indicado. Cuando volví, mis amigos artistas tenían todas las exposiciones canceladas, estábamos todos entrando en el mercado por primera vez, y pensé que si no nos daban la oportunidad, la podíamos generar nosotros. Salimos 30 personas vestidas de clanco paseando por El Eetiro en fila y en silencio. Y fue muy aceptado porque era una necesidad, entonces desde ahí hemos seguido generando exposiciones andantes porque es una necesidad. En ese momento la era para mí porque yo no tenía ninguna exposición y ahora es para otras personas.
Es una manera de decir: no esperes en tu casa si quieres compartir tu trabajo.
¿Cuando vas a esas otras ciudades a hacerlo contactas con artistas locales de esos lugares para crear sinergias?
Sí, por ejemplo, en Nueva York fui a hacer una residencia de arte. Yo pienso que siempre que llegas a un lugar, más que recibir tú tienes que dejar algo. Este proyecto es una forma de hacer eso.
Ciudad donde sueñas hacer una edición de exposición andante…
Me inspira mucho México, me encantaría hacerlo allí.
¿Algo de este 2025 que te haga especial ilusión compatir?
Creo que este 2025 va a ser un año de una Carlota nueva. Siento que en el 2024 se ha quedado una especie de adolescencia creativa, como dejando una Carlota atrás. Me estoy atreviendo a trabajar temas más existenciales, desde un punto de vista más maduro, y siento que después de estos primeros seis años el adulto está llamando a la puerta a nivel creativo.
Así que estoy muy ilusionada por este pequeño tránsito, este primer pequeño cambio en mi manera de percibir el arte, de compartirlo, de entenderlo.
Empezamos fuerte con La Huella del Flamenco, que es algo en lo que llevo trabajando muchos años y nunca he expuesto de esta manera, y es algo a lo que le vamos a dar mucho seguimiento, de la mano de Óscar Manrique. Con su comisariado estamos dándole forma a cómo presentar todo este proyecto, de qué manera y con quién. Habrá mucho más de esto en 2025.
También hay otro proyecto de artesanía, en el que llevo trabajando cuatro años, que verá la luz a finales de 2025 o principios de 2026. Este año viene pisando fuerte con la cerámica.
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