Edit nº208
La música tiene esa capacidad de recordarnos momentos, personas, de transcender el tiempo y a nosotros mismos. Mi padre silbaba mientras se afeitaba y cantaba cuando las cosas le iban peor. En sus últimos años me habló de una canción que había descubierto en un vídeo en el que un chico volaba sobre el mar y las montañas. Decía que era maravillosa. La encontré y se la puse. Cerró los ojos y se emocionó profundamente; algo que nunca me había mostrado. En su 75 cumpleaños con mis hermanas le hicimos una película que abarcaba una gran parte de su vida con este tema de banda sonora. Nos dijo que jamás había sido tan feliz como reviviendo aquellos capítulos de su existencia junto a los suyos. Durante una dura enfermedad me hizo poner la canción muchas veces, le cogía la mano sin poder evitar las lágrimas que salían de mis ojos. En el hospital nos pidieron que le despidiéramos y le dejáramos marchar. La reprodujimos desde el móvil. Quise pensar que aún la escuchaba y me lo imaginé volando sobre un inmenso mar. La letra dice algo así: “Solo deja de llorar. Disfruta tu vida. Las cosas son muy buenas desde aquí. Recuerda que todo estará bien. Nos podemos encontrar otra vez, en algún lugar; en algún lugar lejos de aquí”. Y es que la música es más cosa que la vida. El eco del mundo invisible.
