Foto del libro 'Tatuaje. Una nueva generación de artistas' (Phaidon)
Ha pasado de ser visto como algo “desagradable” a un artículo de lujo, incluso de estatus. Los tatuajes son tendencia desde que actores, actrices, cantantes o futbolistas comenzaron a mostrarlos en sus pieles, consiguiendo que los tatuadores sean considerados auténticos artistas.
Vulgares, propios de personas ignorantes, desviadas o incluso delincuentes. Así eran considerados los tatuajes antes de los 90. Cuesta creerlo, ¿no? Según datos de la Academia Española de Dermatología, un 30% de la población entre 18 y 35 años va tatuada. Se cotizan los diseños como auténticas y únicas obras de arte, nada de trazos de tinta porque sí. El diseño se trabaja y la piel es el lienzo. Tanto es así que, mientras que en 1996 solo existían en nuestro país unos 100 estudios abiertos, hoy se superan los 2.000. ¿Qué pasó para que cambiara la industria de esta manera tan exponencial? Pues que los influencers de la época como Pamela Anderson, Johnny Depp o futbolistas como David Beckham empezaron a lucir sus pieles repletas de tatuajes, lo cual incitó a que sus seguidores hicieran lo mismo.
Desde entonces, materiales, técnica y estilos han ido variando, y los propios tatuadores se han convertido en artistas con el uso de la tinta en la piel. Lejos (aunque no ajenos) de la estigmatización, el tatuaje es tendencia e incluso signo de estatus.
Línea fina, microrealismo y videojuegos
Asier Martínez Berasategui (@asiertattoo) empezó arquitectura, pero hace nueve años lo dejó todo para llevar los principios adquiridos sobre diseño, así como su atención al detalle al diseño de tatuajes de línea fina y microrealismo. Su formación arquitectónica le permitió explorar la expresividad de estos diseños, con los que viaja por todo el mundo con listas de espera para conseguir una cita. Instagram, donde atesora más de 55.000 seguidores, es su porfolio más elaborado, como pasa con el resto de las artistas que se dedican a esta industria. “Es como si estuviera constantemente en una exposición, recibiendo feedback directo de tu audiencia. Ser reconocido no solo como tatuador, sino como un artista que utiliza la piel como lienzo, es una validación de que lo que haces tiene un valor artístico real”.
El concepto de artista es importante a la hora de matizar el trabajo de estos creadores, tal y como nos cuenta Jordi Triola (@triolart), cuyos diseños están inspirados en el estilo tradicional americano y el folclórico, así como en dibujos, cromos o videojuegos: “No es que el tatuador sea como un artista, es que lo es, con todo lo que implica esto, como tener conocimientos de arte y de dibujo para obtener diseños de calidad para tus clientes. Pero es que te puedes encontrar de todo: artistas que utilizan el tatuaje como una extensión más de su arte y que no se consideran tatuadores, o gente que coge una máquina, empieza a pinchar diseños de baja calidad que encima han copiado de internet saltándose la parte creativa, y que sí se consideran tatuadores”.
Pros y contras de las redes, donde esa democratización alejada del estigma inicial a veces se revuelve contra cada diseñador. Por eso es importante recalcar el estilo propio: “Todos hemos visto ya mil veces rosas, dagas atravesando corazones, panteras, dragones y águilas. La gracia es reinterpretar diseños clásicos llevándolos a tu terreno, dándoles una vuelta y sobre todo, utilizando los referentes con respeto y consciencia. Es decir, entender su construcción, la elección de sombras, su origen y al propio autor”.
De parecer tosco a ser un artículo de lujo
Tanta es la proliferación de estudios, artistas y estilos en los diseños, que el coste de cada lienzo a veces es inabarcable para muchos, y ahí también se percibe la estigmatización. Los precios, nos cuentan Asier y Jordi, “reflejan no solo el tiempo y la dedicación, sino también la exclusividad del diseño, los años y las horas interminables estudiando, viajando y compartiendo información con otros artistas para llegar al momento actual”. Para que no nos duela en el alma sacar la cartera, debemos ser conscientes de qué producto estamos consumiendo. Si fueras coleccionista, abonarías 6000 euros por un grabado sin pestañear. ¿Pagarías ese coste por ser tú mismo el lienzo de una obra de arte única y que te durará toda la vida?