Ilustración: Nuria Cuesta.
Voy a unir dos de mis grandes intereses: vino y cine en una aproximación que, mistéricamente, nunca he observado en ningún otro lado. Cuando se habla de estas dos culturas, jamás se analizan desde la sinergia, siempre se hace desde el atrezzo (el vino como parte del decorado de una película).
Siempre ha sido así porque solo desde hace unos años esta bebida ha alcanzado la madurez necesaria, por diversidad de oferta y consciencia de consumo, para integrarse en la cultura pop.
Pertenece, como cualquier otra actividad intelectual, a la sociedad del espectáculo aquí entendida como la definió el visionario Guy Debord (1931-1994). Para el filósofo, escritor y cineasta francés: “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. Ojo, que esto lo escribió en 1967.
Beber un vino se ha convertido en una prolongación de nuestro ser, eso sí, con truco, dado que ¿Qué es el ser? ¿Quién eres tú? ¿Lo que crees que eres, lo que quieres ser o lo quieres proyectar de ti mismo? Seguramente la respuesta a esa pregunta serán tres personas diferentes y siempre habrá un vino para cada modelo.
Caro, barato, de culto, exclusivo, raro, exótico, natural, potente, clásico… hay variedad para cualquier trance. El cine ha utilizado al vino para redondear los perfiles psicológicos de sus personajes o remarcar los contextos de las situaciones a crear.
Ya es inimaginable que el intelecto y sensibilidad de Hannibal Lecter no esté vertebrada, humanizada, a través de sus gustos culinarios. Sin sus conocimientos de vino, estaríamos ante un asesino más, un tigre, muy listo, pero un superdepredador vacío de personalidad. Eso de maridar los sesos de Ray Liotta con un Trimbach Clos Sainte Hune, es lo que hace de este asesino en serie uno de los personajes negativos más carismáticos de la historia del cine.
No es el único asesino, la sofisticación de James Bond también pasa por su predilección por las burbujas francesas. El agente 007 siempre estará unido al Dom Pérignon o al Bollinger como lo está a su afición a las mujeres, de hecho, este último punto, el mujeriego, está siendo reformulado por estándares más actuales, pero nadie osa tocar al Champagne. Sin vinos caros te quedaría un Jason Bourne remilgado.
También se utiliza, por supuesto, como vehículo humorístico en la serie Frasier para marcar las diferentes clases sociales del protagonista, junto a su hermano, con el resto del elenco. Que el padre de estos pedantes solo tome cerveza va más allá del recurso cómico. Que solo los psiquiatras intelectuales y adinerados tomen vino es una manera de enfatizar su estatus socioeconómico.
En otras ocasiones como en Este muerto está muy vivo (Weekend at Bernie´s) las botellas de Perrier-Jouët serán el decorado interactivo perfecto para instrumentalizar una denuncia subyacente al turbo capitalismo de la era Reagan. Beben a morro porque así suponen que beben los ricos. Ese tipo de rico.
Hay veces que la utilización es más directa como en Yo Soy la Justicia 2, pero que realmente es la cuarta de la saga (Death Wish 4), cuando Charles Bronson utiliza una botella de Chateau Margaux con explosivos, con la etiqueta bien visible, para hacer saltar por los aires a todo un clan mafioso.
Como veis no me refiero a películas “de vino” ya que lo que aquí interesa no es que el vino sea el protagonista, sino de cómo se le utiliza cuando no lo es.
Si una película va de un viñedo tiene escaso interés sociológico o, al menos, mucho menor que si aparece un vino en una comedia romántica ya sea por barato, caro o por estar supuestamente asociado al lujo como el Moët Chandon de Julia Roberts en el turbio romance de Pretty Woman.
Lo que me interesa son los subtextos recíprocos que comunican a la botella con el relato y trasladarnos a cómo veían a esta cultura del vino en ese momento y cómo la vemos ahora. Por ejemplo, en Cazafantasmas hay un momento en que Bill Murray y Sigourney Weaver comparte mesa con un Château Haut-Brion (unos 900 euros) sin ni siquiera hacer mención alguna a su precio, seguramente porque en esa época, siendo caro, no costaba lo que ahora.
En esa línea, al punto de rozar ya ser un oopart, un Château Latour aparece en Apocalypse Now. En medio del horror, un vino ahora mileurista.
Y cierro sin dejar de mencionar de cómo son vasos comunicantes, si la ficción se sirve de la realidad, el camino es de doble dirección, por ejemplo, volviendo al Champagne Bollinger, esta bodega tiene en el mercado una edición limitada en homenaje a James Bond: un señor que nunca existió. No me digáis que no es curioso.