Foto promocional de Glen Hansard, coprotagonista de Once, actúa este mes de junio en Valencia (17), Santiago de Compostela (19), Vitoria (22), Madrid (23; Noches del Botánico) y Barcelona (25).
En el silencio, suena una batería. Podría ser cualquier canción, pero es Caravan y estamos en el clímax de la película Whiplash (Damien Chazelle, 2014).
El instrumento lo inunda todo y tú solo puedes contemplar embelesado el caos que han conseguido juntos los personajes de Andrew Neiman (Miles Teller) y Terence Fletcher (J. K. Simmons, ganó el Oscar). Es curioso que la película no se llame como la canción más importante del film, pero también es curioso que Chazelle escogiese a músicos reales para completar el reparto de este retrato terrorífico y realista sobre el aprendizaje en el mundo de la música.
Whiplash revolucionó al sector y me hizo prestar más atención a las BSO y, en concreto, a la música en directo. Y con esta no me refiero a esos espectáculos en donde programan la primera de Harry Potter con una orquesta, pese a que esté muy bien (de hecho, ver así Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Colombus, 2001) fue uno de los grandes momentos de mi 2018). Me refiero a aquellos cineastas que no se limitan a usar playback sino que dicen: tú simplemente toca y ya veremos cómo hacemos todo lo demás.
Es un poco el sentimiento que deja la película de Pixar Soul (Pete Docter, 2020). Si algún día se adapta a imagen real, estoy segura de que el protagonista nos deleitará con el mejor jazz en directo, lo cual hará que nuestro niño interior esté un poquito más contento. Al final y al cabo, de esto va toda esta parafernalia que es el cine: de crear sentimientos. Y la música es vehículo perfecto.
Mi viaje cinematográfico me condujo hacia tres películas que dejaron en mí una huella imborrable en el arte de hacer cine. Once (John Carney, 2007), Los miserables (Tom Hooper, 2012) y A propósito de Llewyn Davis (Hermanos Coen, 2013). La primera, un drama musical irlandés, que nos relata el idilio entre dos músicos (interpretados por Glen Hansard y Marketa Irglova). Posteriormente llegó el remake americano, Begin Again (John Carney, 2013), con unos estupendos Keira Knightley y Mark Ruffalo, pero no pudieron competir o emanar la química de los protagonistas de la original, los indescriptibles planos en Dublín o la sensación de ver algo irrepetible.
Con Los Miserables Tom Hooper arriesgó toda su carrera para captar la fragilidad de Anne Hathaway en un primer plano cantando en directo, la cual consiguió el Oscar gracias a su I dreamed a dream. En mi caso, considero que solo tiene un pero y es Russell Crowe. Con lo buen actor que es, lo vemos ahogado y no llegando a las notas en la mayoría de sus intervenciones, aunque bueno, como decía el personaje de Billy Wilder: «nadie es perfecto».
Y, por último, la que más me gusta, las más rara, la más de autor, la que tiene el mejor gato de todo el cine: Inside Llewyn Davis. La música se puede sentir. Los hermanos Coen, junto con Oscar Isaac, graban a fuego las epopeyas de un joven cantante de folk, que busca el éxito. La historia de siempre, pero gracias a este grupo de gente talentosa hace que se eleve al siguiente nivel.
En El pianista (Roman Polanski, 2002) nos regala a Adrien Brody tocando el piano en medio del holocausto; en homenaje a las comedias románticas, Hugh Grant toca en directo en Tú la letra y yo la música (Marc Lawrence, 2007) (las malas lenguas dicen que se tuvo que tomar un chupito antes de tocar); la película más gamberra e icónica de mi infancia, School of Rock (Richard Linklater, 2003) con un magnético Jack Black que fue capaz de enseñarle a un grupo de chavales de primaria (y al mundo entero) lo que era verdaderamente el rock; las dos grandes biopics de mi vida, Rocketman (Dexter Fletcher, 2019) y Bohemian Rapsody (Dexter Fletcher y Bryan Singer, 2018), inmortalizando a Elton John y Queen. Y, por último, no puedo olvidar de esta lista a uno de mis traumas de infancia, pero también película icónica en sí misma; Fantasía (Joe Grant y Dick Huemer, 1940), donde Mickey Mouse hace de aprendiz de brujo. La escena de los elefantes embriagados no la podré olvidar jamás.
Alba Pino es cineasta. Acaba de estrenar su nuevo corto Corre, Adela.