ilustración © gregori saavedra
Edit nº201
Viajar es un beso que detiene el tiempo y se hace eterno, el paroxismo del silencio. Un café a la vuelta de la esquina. Una parada gastronómica, un engaño a la agenda. Es la nostalgia más pura en forma de canción o una nueva melodía que se abre camino por primera vez hacia el abismo inescrutable de un sentimiento. Un éxodo en tiempo y espacio en el no lugar llamado teatro. La ausencia del escritor. La expatriación del sentimiento universal de un poema. Letras que como trenes parten a todas horas hacia destinos inciertos en forma de historias. Un hospital para un corresponsal de guerra. Un hogar para un refugiado. Fotografías que sobreviven al olvido. Pinceladas que borran la línea del tiempo. Desplazamientos por las rutas recónditas de la memoria. Mapas de pensamientos que no atienden a monedas, kilómetros, ni fronteras. Viajar también sin maleta cuando no se puede partir hacia nuevos lugares lejanos en el reloj del mundo. Un viaje a ninguna parte no existe. Es un oxímoron. El viaje tal vez sea la palabra que lo comprenda todo, hasta el gran misterio de la vida. Viajar es estar y marchar, permanecer y comprender, comprender y desear, amar y follar, regresar y cambiar, vivir y también morirse. Porque como la frase célebre “vemos más de lo que podemos recordar, pero recordamos más de todo lo que hemos visto”. Es posible que ahí esté la clave de todo. En el eterno viaje y su espiral.