Desde entonces, el maestro alemán ha consolidado el sonido de la orquesta y ensanchado los límites de su repertorio con partituras tan audaces (y temerarias) como los Gurrelieder de Schoenberg. Al frente de un nuevo equipo, esta temporada se estrena también como director artístico de la institución desde los despachos del Auditorio Nacional.
Alemán plurilingüe de origen persa que vive a medio camino entre Berlín y Madrid. ¿Dónde nacen y qué alcance tienen sus raíces? Las raíces son parte de nuestra identidad, el acervo cultural que nos define y al que pertenecemos. Mis padres proceden de una región histórica de Oriente Medio, pero yo nací en Alemania con un pie puesto en Francia y el otro en Suiza. El hecho de albergar varias fronteras dentro de mí me ha hecho más permeable a las influencias y también más tolerante. Quizá por eso, aunque hablo cuatro idiomas, siempre he pensado que la música es el lenguaje más internacional que existe.
En ese viaje de influencias de ida y vuelta, ¿hasta qué punto se han entrelazado las raíces de la orquesta y su director? He aprendido muchísimo de España en mis aproximaciones a Falla, Granada, Albéniz… Pero también sé que la música española no se circunscribe a un puñado de compositores, sino que se expande y enriquece en obras contemporáneas de Héctor Parra, Benet Casablancas, Elena Mendoza… En lo que a mi influencia se refiere, la OCNE estaba muy versada en el repertorio alemán antes de mi llegada. Ese mérito, si acaso, les pertenece a otros directores anteriores, como Rafael Frühbeck de Burgo o Jesús López Cobos. Si acaso yo he tratado de intensificar ese lenguaje. No es lo mismo tocar Brahms que Richard Strauss, por la sencilla razón de que algunas partituras piden densidad donde otras requieren transparencia. De ahí que las orquestas del siglo XXI deban ser, ante todo, flexibles.
¿Aun a riesgo de perder carácter y personalidad? Quizá ese sea el caso de algunas orquestas, pero desde luego no en el de la OCNE, cuyo sonido se reconoce al instante y tiene unas características muy concretas: cálido, vibrante, oscuro por momentos y con un robusto andamiaje armónico. Cuando la escuchas percibes enseguida su temperamento, su vitalidad, su energía… y también su flexibilidad, que es lo que más admiro, esa capacidad de los músicos para cambiar rápidamente de registro y de estilo. Un día están tocando una ópera de Wagner y al siguiente lo dan todo en una sinfonía de Shostakóvich. Ahí es donde demuestran su enorme potencial.
Esta temporada se estrena como director artístico de la OCNE. ¿Qué objetivos se ha marcado? Me gustaría que la música de cámara tuviera más peso en le programación y seguir explorando el repertorio operístico, con resultados tan sobresalientes como el reciente Tristán e Isolda. Me he propuesto también imitar el modelo de la Academia Karajan de la Filarmónica de Berlín, en la que los miembros de la orquesta forman a las nuevas generaciones de músicos. Tenemos que apostar por los proyectos pedagógicos y descentralizar la institución para convertirnos realmente en la orquesta de todos los españoles. Por último, haré todo lo que esté en mis manos para revertir la fuga de talento que hubo durante la crisis. Para traer de vuelta a los músicos españoles, la OCNE debe reunir cuatro requisitos imprescindibles: calidad, estabilidad, competitividad y confianza.
Las tensiones internas de la OCNE casi acaban en huelga. ¿Cómo garantizar la convivencia de los músicos en esta nueva etapa? En los últimos meses hemos implementado un protocolo de transparencia y diálogo con los músicos y entre los diferentes actores de la administración pública. El nuevo equipo de dirección tiene claro que la orquesta ha de ser un conjunto de principio a fin con una distribución horizontal del poder y de las responsabilidades. Al final, es el director quien toma las decisiones, pero después de haber tenido en cuenta las decisiones de toda la plantilla. Yo sólo soy un primus inter pares.