El mundo del vino atraviesa un momento de transformación constante. Pero, además, se está produciendo un fenómeno igual de interesante desde la psicología: el vino ya no se entiende solo como una bebida, sino como una experiencia emocional, cultural y multisensorial.
La psicóloga y sumiller vasca Nerea Ortega ha sabido unir ambas perspectivas. Imparte clases en el Máster de Sumillería de la Universidad de La Rioja, donde explora cómo la mente influye en la manera en que percibimos, elegimos y disfrutamos el vino.
Hemos asistido a un auténtico “boom” de la cultura del vino. Creo que hay un interés creciente por acceder a vinos mejores y más diversos. Pero también pienso que el mundo del vino necesita desprenderse, cuanto antes, de cierto elitismo. Precisamente en España tenemos una suerte enorme: un clima y una diversidad que nos permiten acceder a vinos excelentes por precios que oscilan entre los cinco y los diez euros. Hay vinos fantásticos en Cádiz, Galicia, la Sierra de Gredos o Madrid que, en Francia, costarían el triple.
¿A qué te refieres exactamente con ese elitismo? Hay personas que utilizan las redes para mostrar los llamados unicornios: vinos caros y exclusivos, que incluso podrían no estar en buen estado. Pero lo importante para ellos no es disfrutarlo, sino demostrar que pueden permitírselo. Esto vacía al vino de su esencia: compartir, disfrutar, acompañar. Tenemos que democratizar el vino.
¿Cuál sería el camino? La mejor forma es con formación. El papel del sumiller es clave: recomendar, orientar y ofrecer alternativas para todos los bolsillos. Por ejemplo, en mi última carta para un restaurante, en lugar de clasificar los vinos por tipo o región, los estructuré por rango de precios. Me parece una forma más práctica y honesta para el cliente.
¿Cuándo empezaste a interesarte en el vino profesionalmente? Siempre me había atraído, pero quería entender por qué algunos me gustaban más que otros. Aunque mi profesión principal es la psicología, hace cuatro años decidí formarme en el programa WSET en Bilbao, que ofrece una metodología común para catar y evaluar vinos. Empecé por curiosidad, se me dio bien y acabé colaborando en la elaboración de cartas para distintos restaurantes.
¿Ser psicóloga y sumiller maridan bien? Totalmente. Ser sumiller implica interpretar las necesidades de tu cliente, y eso, en el fondo, es psicología pura. En el máster de sumillería, imparto la parte psicológica enfocada en la percepción sensorial y en los factores que influyen en la experiencia del vino: desde el diseño de una etiqueta —que puede generar expectativas, a veces injustificadas— hasta la manera de tratar a determinados clientes.
Por ejemplo, cuando alguien solo pide “el vino más caro” o “el más clásico”, la clave está en reconducirlo con tacto, defendiendo tu propuesta y mostrándole otras opciones que quizá desconoce, pero que podrían encajarle mucho mejor.
Puede dar la impresión de que nunca ha habido tantos vinos, y tan buenos, como ahora. Sí, aunque también creo que muchos necesitan tiempo para ser comprendidos. Hay más cuidado que nunca en todo el proceso: desde la poda hasta la vinificación. Se percibe una mayor sensibilidad hacia el origen, la tierra y la honestidad del producto. Y eso se nota.
En mi caso, me gusta compartir mis descubrimientos. Creo que disfrutar del vino también pasa por contagiar esa curiosidad.