Foto de cabecera. © EVA PONGA
Una vida laboral que le permitió pasar por (casi) todos puestos del festival y vivir cientos de anécdotas con músicos de la talla de Lou Reed, Morrissey o Amy Winehouse. También con personas con menos renombre que ayudaron a situar el festival en el mapa internacional.
¿Cómo pasaste de ser camarero a codirector del FIB?
Es la evolución en la vida laboral en dos décadas y media. Además, sabíamos que era una frase muy llamativa. Empecé de camarero porque lo montaron unos amigos y nos fueron metiendo a todos los cercanos en distintos trabajos. Yo llegué de los últimos y por eso me tocó ese puesto. Con el paso de los años, como estuve yendo a todos los FIBs y cogiendo poco a poco más responsabilidades en todos los ámbitos, me acabaron eligiendo como codirector casi por eliminación. El director en aquel momento se marchó, el dueño del festival decidió no contratar a nadie en su lugar y a los dos que teníamos esa figura de autoridad en nuestros departamentos nos ascendió. Lo que era un engaño, porque no queríamos.
En todo ese tiempo, ¿en qué más puestos estuviste?
Estuve trabajando en los stands de la feria y en la coordinación de la zona de prensa durante varios años. Después pasé a contratación de artistas, trabajo que llevé a cabo durante más de un decenio.
¿Con cuál te quedarías?
Con el de contratación. Aunque tienes toda la presión de que gran parte del cartel recae sobre tus hombros, y por lo tanto de la crítica, tienes el lujo de ser una de las personas que decide qué artistas actúan ese año. Puedes plasmar ahí muchas de las cosas que te gustan y en las que crees. Es un poco como ser un entrenador de un equipo de fútbol.
¿Cuál fue tu cartel estrella?
Hay varios. 2011 fue un año muy bueno, con The Strokes, Arctic Monkeys, Arcade Fire o Mumford & Sons. También 2012, sobre todo por Bob Dylan y Stone Roses, dos artistas que me gustan mucho. Y por último, 2017, que fue el más exitoso y del que más orgulloso me debería sentir como programador. En él estuvieron los Red Hot Chili Peppers, Kasabian o The Weeknd.
¿Por qué se terminó para ti la aventura en el FIB?
Se terminó en el momento adecuado, pero no por voluntad propia. La empresa que lo gestionaba se vendió y la nueva que lo compró liquidó la anterior. Y con ella, a todos los que trabajábamos en el FIB. Yo ya tenía 47 años y la idea de que iba a tener que cambiar de enfoque laboral y vital. Creo que es un trabajo que necesita relevo generacional.
En el libro se puede leer entre líneas cómo han cambiado los festivales desde 1995, cuando se funda en FIB, hasta 2019, cuando se acaba tu etapa.
Los festivales han cambiado muchísimo en todos los sentidos. Por ejemplo, algo que creo que es positivo, se han profesionalizado. Al principio todo era muy salvaje y desregulado. También muy inocente, lo cual es algo negativo que se haya perdido. Pero en el fondo, aunque esto último tenía su valor, creo que era muy peligroso.
También que los festivales ya no sean solo un lugar para disfrutar de la música, sino muchas más cosas. ¿Cómo lo entiendes tú?
Creo que hay tantos festivales como asistentes. Hay mucha gente que acude a ellos y la música les da igual. Y otros que van porque lo que más les gusta es la música y el festival les ofrece la oportunidad de ver a unos artistas que no los verían de otra manera. Por eso el peso no está únicamente en el festival, sino también en la actitud de las personas que acuden a ellos. Yo creo que muchos de los que van lo hacen por amor a la música. Y la mayoría de la gente que trabaja en esto lo hace por esa razón también. Porque a pesar de que se haya profesionalizado, no es el mejor trabajo del mundo si no te gusta.
Próxima edición del FIB. Del 18 al 20 de julio