Lleva Rodrigo Cortés (Orense, 1973) dos mil novecientos veinte días, con sus correspondientes noches, retorciendo el significado de las palabras hasta dar con la verdad oculta de su reverso. El escritor y director de cine recopila en Verbolario (Random House) los “antiaforismos” que ha ido publicando en ABC con monacal empeño sin más propósito que el de alejarse, dice, de la rutina de las palabras.
Retrato © Irene Medina
Si, como dice, la verdad casi siempre habita en el lado opuesto de los significados, ¿quiere decir que vivimos en una sociedad enajenada, bipolar, desquiciada?
Sí, pero no por eso. La hipocresía (amable) en el lenguaje es necesaria, nadie acepta la honestidad total, especialmente la no solicitada.
¿Es Verbolario un revelado a partir del negativo de España? ¿Cuánto hay de crítica o sentencia de la actualidad?
Nada. Todo. Verbolario no se sube a un taburete a revelar nada. Parte de la autoobservación. Es, sin embargo, inevitable que, al observarse, observe.
¿Qué cabida tiene en este volumen el lenguaje inclusivo y la corrección política? ¿Le preocupa ofender?
La definición de “inclusivo” en Verbolario es: “Que cuanto más especifica, más excluye”. El lenguaje es inclusivo siempre. Y económico. Y sabio. Y, cuando le conviene matizar, tiene armas. Por otro lado, conviene aceptar que, desde el mismo instante en que uno se levanta por la mañana, decepciona a alguien.
¿El humor siempre ha de escocer?
No veo por qué. Sirve más para sobrellevar el daño.
Ha preservado en este libro la curiosidad del niño que soñaba con ser pintor, escritor y músico. Pero no hay entrada para “infancia”. ¿Se atreve?
Está “niño”: “Inocencia a punto de ser interrumpida”. Y “jugar”: Tomarse la infancia en serio”.
¿Cuánto tiempo tarda en gestar un significado, cómo es el trabajo en el laboratorio de las palabras?
Depende. El primer fogonazo es instantáneo, me enfrento a una voz y veo en qué parte del cuerpo me rebota. Se parece al instinto cómico. Después la dejo en barbecho y voy trabajando el resultado como si fuera poesía. Tengo siempre setenta u ochenta definiciones en diferente estado de conformación.
Ocho años y 2.500 entradas después, ¿cuál ha sido la gran lección aprendida? ¿Hay alguna palabra que le haya cambiado la vida?
Ninguna lección, salvo la de no darlas. Sólo la palabra “muerte” cambia la vida. Y a lo mejor “siesta”.
Aunque asegura no haber incurrido en los vicios del neologista, ¿cuál de todas las redefiniciones aguantaría mejor el trasvase a la realidad sin levantar sospechas?
Por ejemplo “legado”: “Tarea que empieza el padre y acaba el hijo”.
¿Existe un equivalente cinematográfico a este ejercicio literario? ¿Cómo sería la adaptación de ese subtexto de tramas y fabulaciones semánticas?
No tengo ni idea. Sería, creo, insoportable, una película no puede pararse a cada rato, mientras que Verbolario propone un tropezón constante.
Quizá no haya mejor recopilación de aforismos que un paseo entre las lápidas de un cementerio. ¿Se atrevería con su propio epitafio?
Claro que sí: “Retuit, please”.
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