John Williams no necesitó más que dos notas para infundir miedo a miles de hogares gracias a su brillante banda sonora en Tiburón (1975, Steven Spielberg), luego vendría Indiana Jones en busca del arca perdida (1981), E.T. (1982), o La lista de Schindler (1993), fraguándose así una de las relaciones más longevas de la historia del cine. Pero esa ya es otra historia. La gran pregunta que aquí me atañe hoy es, ¿habría sido tan buena Tiburón sin esas dos notas repetidas? La respuesta rápida y sencilla sería decir que no, pero el silencio también es un aliado poderoso. Solo hay que ver a Emily Blunt parir en silencio en Un Lugar Tranquilo (2018, John Krasinski) o, alejándonos del género de terror, la imposibilidad de escuchar a tu hija cantar en La Familia Bélier (2014, Eric Lartigau) debido a la sordera de una familia completa. Esa realidad paralela no nos ha tocado vivirla, pero es fácil encontrar similitudes en otros campos. ¿Alguna vez has visto una sitcom que no tenía risas? Te hace gracia, pero no tanta; te gusta, pero no tanto; te falta un mi o tal vez un fa para que sea perfecto. Esa es la verdadera grandeza de un buen acompañamiento, de una buena banda sonora. Si está, recorre contigo el camino y si no está, lo echas de menos irremediablemente. Y eso también me lleva a las primeras y segundas vidas de las canciones. No todo el cine cuenta con una banda sonora creada expresamente para ese proyecto, sino que compra de un coloso gigantesco como es la industria musical. Running Up That Hill, de Kate Bush fue lanzada en 1985 en su álbum Hounds of Love. Se puede decir que fue un sencillo exitoso, reversionado por otros artistas y que culminó en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, pero que llevaba en el olvido al menos diez años. Lo que Kate Bush no sabía es que casi cuarenta años después de su creación, su canción triunfaría en Netflix (como para explicarle a Kate Bush en 1985 lo que iba a ser Netflix…) con una serie llamada Stranger Things (2016-2022, the Duffer Brothers) y que volvería a estar en la palestra, convirtiéndose en la canción más antigua en lograr el primer puesto en la lista de Billboard Streaming Songs Chart. Pero claro, inevitablemente, eso me lleva a preguntarme: ¿a quién podemos atribuirle el mérito? ¿Al talento de los Duffer Brothers por crear un buen show y saber elegir la canción ideal para contar su historia o a Kate Bush que ha conseguido ensalzar algo que sin su obra no sería tan épico? ¿Tarantino tiene muy buen gusto al elegir canciones para que John Travolta y Uma Thurman bailen o es que You Never Can Tell de Chuck Berry era una canción tan legendaria que hubiese quedado bien la pusieses donde la pusieses? ¿Lloré tanto al ver el final de El diario de Bridget Jones (2001, Sharon Maguire) por el talento de Zellweger, Firth y porque soy una romántica empedernida o es que Van Morrison hace todo bien y era el final perfecto para esa película? ¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? Quizás toda esta reflexión se resume en arte. El arte que suma a otro arte. El arte que hace empatizar, que suma a la historia, que cuenta cuando nada más puede contar, cuando la imagen se queda corta y el silencio no llena todos los espacios. Cuando alguien más soñó otro arte, pero no contigo, pero juntos sois invencibles. Quizás, ¿no? Quizás solo quiero bailar I love to Boogie con Billy Elliot en el gimnasio, o esperar a que Marty termine de tocar en el baile, o acompañar a Máximo Décimo Meridio a casa, o quizás, y solo quizás, quiero estar en la playa de Lost mientras suena There’s no place like home, de Michael Giacchino y me siento un poquito menos sola y un poquito más en familia. Quizás solo necesito un mi o un fa. Quizás mejor con música, por favor.
*Alba Pino es directora y productora de cine. Acaba de terminar de rodar su nuevo corto, De(s)amor