Asegura Benet Casablancas (Sabadell, 1956) que no hay mejor premio ni reconocimiento (y él tienes ya unos cuantos, incluido el Nacional de Música) que seguir escuchando su música en las mejores salas de concierto. “Todos los oficios son difíciles, pero yo no me puedo quejar”, confiesa en su encuentro con El Duende. “Mis obras sigues despertando el interés de los intérpretes y contando con el apoyo de las instituciones para su difusión”. Tras el exitoso estreno de su primera ópera, L’enigma di Lea, en el Liceo de Barcelona, esta temporada inaugura la residencia de composición del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), que ha programado una treinta de sus obras, incluidos sus Cuartetos para cuerdas nº 3 y nº 4 (a manos del Cuarteto Cosmos), sus famosos Epigramas (Grup Instrumental de Valencia) y el estreno de su primer Concierto para violín y orquesta, un encargo en colaboración con la OCNE que dirigirá David Afkham en marzo con Leticia Moreno en el atril solista.
¿Hasta qué punto Epigramas (1990), una de las primeras obras que sonará en el ciclo, marcó un punto de inflexión en su carrera? ¿Fue el largo adiós de las vanguardias que lo llevó a experimentar con una música más comunicativa? El serialismo sirvió de punto de partida a todos los músicos de mi generación. Y aunque yo fui de los que menos me ajusté a esa gramática, tenía que dominarla para poder rechazarla después y alcanzar una libertad alejada de los dirigismos estéticos de la época. En ese sentido, los primeros tres Epigramas me permitieron buscar un sonido sin adjetivos en el que pudiera reconocerme y que, además, no supusiera un obstáculo para el público. Ha llovido mucho, pero por entonces el mejor certificado de calidad de una obra era que no gustara a mucha gente…
Suele decir que la primera lección la recibió al salir de España… Viajar me abrió los ojos y los oídos al mundo. Aunque me formé musicalmente en Barcelona, gané una beca que me permitió continuar mis estudios en el Hochschule de Viena con Friedrich Cerha y Karl-Heinz Füssl. Recuerdo que, cuando no estaba en clase, me encerraba en la mediateca para escuchar música de Stravinsky, Britten, Ligeti… Tenían todos los materiales con los que un joven aprendiz podía soñar. Viajar es una forma de colocar tu propio listón. Luego la experiencia te va llevando por diferentes caminos y vas adquiriendo una cierta madurez en el oficio. Pero sin perder de vista esa primera marca.
Los ciclos monográficos obligan a definirse, a sintetizar un estilo. En ese sentido, ¿qué obras lo delatan mejor? Me gusta eso de delatar porque, en efecto, toda síntesis de ti mismo requiere de un ejercicio previo de autoanálisis. Mis fuentes e influencias son diversas, así como mis motivaciones, pero se podría decir que siempre he compuesto la música que me gustaría escuchar. En ese sentido, soy el compositor que querría ser como oyente. O como dicho en palabras de mi maestro Friedrich Cerha: a veces no se trata de avanzar hacia lo novedoso, sino de profundizar en el interior de ti mismo, de conocerte mejor.
¿Qué nos puede adelantar del Concierto para violín? Exceptuando la ópera, es la obra que más tiempo y trabajo me ha requerido. En realidad, ya había hecho dos incursiones en el género concertante, una para clarinete y otra para trompa, pero esta vez el violín debía enfrentarse a una gran orquesta, interactuar con los solistas, defender su sonido… Es una partitura muy elaborada. Conozco a Leticia Moreno desde hace mucho tiempo y sé que sabrá exprimir todo su potencial.
Tras muchos años de docencia en el Conservatorio del Liceo, ¿cómo vienen las nuevas generaciones? Digamos que tienen más medios y recursos a su alcance. Ya ni siquiera han de salir de España para garantizarse la mejor formación, lo cual demuestra el enorme progreso que han experimentado las escuelas y los conservatorios en los últimos 40 años. Quizá ahora haya más distracciones y cantos de sirena que pueden alejarlos de la autoexigencia necesaria para abrirse camino. Porque todo creador tiene que dominar las herramientas de su oficio, encontrar su propia voz y contar con el impulso de la inspiración para seguir avanzando. Y eso sólo se consigue trabajando.
El primer concierto de este ciclo en Madrid será el 23 de enero en el Auditorio 400 del MNCARS