Escuchamos música antes de saber qué es. El oído es el primer sentido que desarrollamos. Además de la música absoluta que generan los órganos de mamá, dentro del útero percibimos que hay algo fuera de ese cálido y oscuro refugio que reclama nuestra atención.
En la etapa del embarazo una “amiga” empezó a hacer trampas con la música. “Dejé los nocturnos y minuetos en segundo plano, cuando por casualidad vi que poner el Sunday Morning de la Velvet siempre me garantizaba unas pataditas. Si llevaba mucho rato sin notarle moverse, ponía la canción y sabía que estaba bien”. “Escuchar música no era solo una cuestión de estimular al bebé, como dicen los expertos, a través de la música mi hija y yo comenzamos a comunicarnos antes de que naciese, aunque fuese de una forma rudimentaria”. Efectivamente, la amiga soy yo. Disculpad la autocita.
Ahora internet pone a nuestra disposición toda la música del universo, pero antes en “casa padres” se escuchaban los discos que tenían y punto. En esta lotería músico paternal, podías tener unos padres folklóricos, o unos intensos que le daban duro a Cat Stevens. Y también estaba el híbrido que pasaba del Belén, Belén de Peret al Fortunate Son de la Creedence Clearwater Revival sin despeinarse.
“Cuando nacieron mis hijas les poníamos música nuestra y nada de ellas. The National, Damien Rice y luego cositas más animadas como Sidonie. Les he puesto Depeche, ¿les ha gustado? Dos canciones. Los Beatles no fallaban. Ahora ellas son más de Aitana y reguetón. Y Lola índigo. También les pongo Joe Crepúsculo o Ángel Stanich, que lo bailan porque es música divertida”, explica Rosana.
“Mi hijo no quita del plato el The Queen is Dead. Se lo he metido en el cerebro. Durante años solo escuchaba trap y ahora… Está donde yo quería, probablemente contra su voluntad”, bromea Fernando. “En el coche de mi padre se escuchaba Manolo Escobar y Antonio Molina… en bucle, durante horas de atasco en la N-V”. Cuesta ser nostálgico con el Porompompero, pero aun así yo siento un pellizco cuando escucho esas canciones”.
La conexión emocional con la música es tan fuerte y su poder para evocar es tan intenso, que escuchar música es también recordar. Es lo más parecido que tenemos a una máquina del tiempo; nos puede llevar a lugares que ya están cubiertos de polvo y nos devuelve a personas queridas que ya no están. “Yo jugaba con cinco años con los madelman submarinistas (cómo molaba el tiburón) con The piper at the gates of dawn, de Pink Floyd, a toda pastilla”, recuerda Javier. “Cada año por Navidad, hacíamos sketches en casa. Recuerdo uno con mi padre en el que interpretábamos Tipi, dolce, tipi de Siniestro Total”, cuenta Pedro.
“Sé que muchas personas escuchan música para recordar, pero a mí la música me ayuda a no recordar nada y eso es precisamente lo que necesito a veces. Horses in my dreams de PJ Harvey y La Real de Surgeon son dos puertas para dejar de escuchar tu voz interior. Porque la música cuando suena, no solo suena, también acalla”, dice Natalia.
La música es un viaje de ida y vuelta. Cuando eres niño descubres guiado por tus padres y cuando eres padre, el pastor eres tú. Es un viaje no exento de sustos -no descartes que en la próxima radiografía de Spotify el Ilarie de Xuxa sea tu canción más escuchada- pero también lleno de satisfacciones. Ahora en casa suena Kiss Off, de Violent Femmes y mi hija con un cubrepañal en la cabeza, cual Pussy Riot con volantes, salta dándolo todo. Quizá este momento no llegue a recuerdo, pero espero que algún día, cuando suene la canción, tenga esa sensación de diversión y libertad salvaje que está viviendo en este preciso y precioso momento. De eso se trata todo, ¿no?