E
n los estudios de diseño o en los talleres artesanos triunfa la radio fórmula. Según Teresa Lesiuk, psicóloga e investigadora de la Universidad de Miami, oír música genera dopamina, libera el estrés y mejora el rendimiento. Aunque a veces surjan discusiones sin importancia entre los colegas —a favor o en contra de un estilo determinado o a propósito del volumen—, está demostrado que compartir una banda sonora une a los equipos. Por eso en todos los lugares del mundo, los campesinos cantan al unísono mientras recogen el arroz, la caña o la aceituna. Además de ayudarles a seguir el mismo ritmo, les sirve para animarse, quejarse del capataz o expresar sus penas. Por ejemplo, así nació el blues al sur de los EEUU, cuando todavía recogían el algodón manos esclavas. En Castilla son muy populares las canciones del arado. En La rosa del azafrán, zarzuela con música de Jacinto Guerrero y libreto de Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández Shaw, parece evocarse esta tradición en la romanza Cuando siembro voy cantando o En esta mañana muy tempranito, tema que utilizó Almodóvar en la primera escena de Volver para presentar a las mujeres que limpiaban las tumbas del cementerio.
¿Y los artistas? ¿Cambia su estilo dependiendo de la música que escuchen? Jackson Pollock derramaba chorros de pintura sobre sus lienzos al ritmo del bebop de Charlie Parker. Tenía una extraordinaria colección de vinilos de jazz que sonaban durante todo el día en su estudio y sin los que tal vez nunca se hubiese aventurado en la técnica del dripping. Pero no fue ni mucho menos el primer pintor en sumergirse en la magia de la música para crear. Mucho antes, El Greco gastaba cantidades ingentes de dinero para que en su taller siempre se oyera, como si fuesen los mismos ayudantes que preparaban sus pinceles, el laúd, la zanfoña o la flauta. Tal vez sin estos instrumentos, sus figuras nunca hubieran sido tan espirituales como las llamas de una hoguera.
En Mientras escribo, Stephen King explica que trabaja mientras de fondo suena rock duro. Neil Gaiman dice que Lou Reed le ayudó a crear el universo de su novela The Sandman y Paulo Coelho que encuentra inspiración en Mozart. Para Gabriel García Márquez Cien años de soledad era como un vallenato, mientras que El otoño del patriarca le recordaba más bien a un concierto de Bela Bartok, sin embargo, mientras juntaba unas palabras con otras se ponía en bucle a The Beatles. También hay autores que no pueden trabajar con música. Por ejemplo, Stephanie Meyer se refugió en la noche, cuando por fin cesa el ruido, para adentrarse en la saga de Crepúsculo y Susan Sontag reivindicaba el silencio como espacio de meditación imprescindible para los artistas de verdad.
Decirle a un compositor que hace música de fondo podría considerarse un insulto, pero son muchos los creadores que destacan la dificultad de crear atmósferas agradables. Sin ir más lejos Adrián Foulkes, autor de la banda sonora de series como 800 metros o Fariña, me dijo el otro día que para él era un halago.