Este proyecto “de locos” que nació en Francia hace más de 40 años creado por Philippe De Villiers te hace ver gigantes donde solo hay molinos y trasladarte a épocas remotas situando un nuevo pueblo lleno de historia en el mapa, donde antes solo había “peñascosa pesadumbre” que diría Cervantes. Y es que, si algo encierra Puy Du Fou, es la demostración de que el único límite de la creación está en aquello que no puedas imaginar. Y Toledo no podría ser un enclave más estratégico para conquistar al público español, más allá de su cercanía con Madrid. Dos veces capital, sobre el rio Tajo, tras sus murallas y entre sus calles se cobijaron cristianos, judíos y musulmanes, convirtiéndose en un lugar de encuentros y culturas sin parangón.
Hay muy distintas maneras de visitar Puy Du Fou. En mi caso acudí un viernes para ver primeramente el espectáculo nocturno El Sueño de Toledo, haciendo noche y dejando para el día siguiente la visita al parque diurno. Sin duda, cualquiera de ellas merecería una visita por separado. Hay una palabra que creo que puede resumir muy bien su propuesta. Emoción. Seguramente sea una lección ligera de historia, pero también una demostración de que esta puede ser vibrante.
Setenta minutos de alucinación y deslumbramiento y 1.500 años, desde el reinado de Recaredo a la llegada de la industrialización y el ferrocarril, con una apabullante producción técnica.