La pandemia aceleró en 2020 un proceso al que la industria estaba abocada. “Es una situación extraña”, afirma Martin Cuesta, programador del Centro Cultural Conde Duque. “Por un lado se consume más audiovisual que nunca. Más que una crisis aguda, estamos en un momento de indecisión, no se sabe hacia dónde ir. Yo lo definiría como un problema de transición”, señala Cuesta.
“Quiero pensar que las salas de cine no desaparecerán. Sí es cierto que quedarán como un reducto como tantos negocios”, apunta Ángel Mora, director de la Sala Artistic Metropol. “Los cinéfilos sigue necesitando ver películas en pantalla grande. Lo preocupante son las nuevas generaciones, que no van a ir a rebufo de lo que han ido otras, porque no han sido tan conscientes de la sala de cine”.
La productora María del Puy Alvarado sostiene que “los jóvenes no le dan tanta relevancia como la que dimos nosotros porque tienen más dispositivos”, declara. “Yo creo mucho en la sala del cine y me siento en la obligación de estrenar allí” dice, añadiendo que todavía estamos “en medio de la tormenta”.
Ante tal panorama, las salas quedan en el lado de la supervivencia, tal y como manifiesta Fernando Lobo, programador de los Cines Embajadores. “Hay un proceso de desgaste y la industria debe recapacitar para ver hacia donde va esto”, reconoce.
El coronavirus apartó de las salas al público adulto y fiel: “Les llevamos esperando desde el principio de la pandemia y todavía no ha vuelto como antes”, dice Lara Pérez Camiña, co-presidenta de la Asociación de Distribuidores Independientes ADICINE. “Puede que haya vuelto, pero no con la misma habitualidad”, revela. La incertidumbre es una de las secuelas que ha dejado el Covid.