El notable poeta malagueño Alejandro Simón Partal se adentra en el mundo de la novela con La Parcela, una novela que narra las desventuras de un profesor en Boulogne-sur-Mer en un ambiente que mezcla una atmósfera gris, con crisis vital, inmigración y la construcción de una vida.
La poesía construye, siembra, discurre. Maneja el léxico, lo innova, lo recrea, estirando significados, imaginando y creando universos. Como punto de partida para una novela no es un mal comienzo, aunque la narrativa requiera de otros recursos, de otras estructuras. Pero cuando tienes el don de la palabra, la agilidad del verso y de la palabra justa, aumentar la extensión no quiere decir que uno se quede en el abismo. “Venía leyendo un libro de William Finnegan, Años Salvajes, en el que habla que la poesía tiene que ver con el surf: es un estilo de vida, una forma de vestirse, y de relacionarse con la naturaleza. Creo que acierta porque la poesía no tiene tanto que ver con la mera forma de escribir, sino con la forma de estar en el mundo, de estar en la vida y relacionarse”, explica.
El desencanto
¿Podría decirse que La Parcela es la mirada del desencanto? “Sí, y de cómo al final salimos a flote sin que realmente queramos. Siempre salimos adelante, aunque nos llegue la muerte, que es otra forma de salir adelante. Es curioso como siempre conseguimos sobreponernos a las cosas más calamitosas. El ser humano rara vez se desintegra por el dolor”.
Ha intentado que la narración “sea de la manera más cruda posible. Áspera y a veces desagradable. Aunque hay partes más musicales, con ritmo, intenté conjugar lo trepidante y lo sosegado”. Reconoce que no ha habido una intención, la ha escrito como ha podido, sin proponerse nada.
Su estilo dispara sensaciones entre la realidad y la ficción. “Juan Marqués en El hombre que ordenaba bibliotecas (PreTextos) dice que no hay ningún libro en el que no se vuelque algo biográfico del autor. Biográfico significa impulsos, necesidades que uno tenga como escritor. Esos destellos obedecen a esa parte biográfica que yo necesitaba resolver: hay algo de mi vida contado en esta novela”.
¿Escribimos para curarnos? “Escribimos para gustar a los demás. Es inevitable. Escribimos para tener un diálogo con el mundo, que nos ampare y nos tranquilice. No creo en la estricta soledad del escritor, y estoy convencido que, si no hubiese publicaciones, el 90% de la gente que escribe dejaría de escribir”.
La trascendencia
En un punto de la conversación Simón Partal se pone trascendente, quizás porque su padre ha fallecido recientemente tras una larga enfermedad (cáncer). “El dolor es lo que inhabilita el pensamiento. Con dolor no se puede vivir. Pero cuando una persona está enferma y sin dolor puede conectar con algo superior”. Y, prosigue, “la fe y la religiosidad me interesan como una forma de trascendencia. Nos amplia”. Luego está la muerte, “que es el gran tema de la literatura, y el gran tema de la vida. Eugenio Trías decía que es el viaje más fascinante que se encuentra una persona en la vida. San Agustín decía, vive de tal forma que cuando mueras, no mueras. Desde luego la muerte es una parte de la vida. Y entenderla así, nos libera de muchas angustias”. También nos habla del poeta cordobés Martín Portales que dice que “el encuentro con dios será el último encuentro con la realidad. Y eso es interesante porque no hay nada más místico y trascendente que la realidad. De ahí nace todo lo que perdura”. Al mismo tiempo cita al filósofo marxista Ernst Bloch, “que decía que el gran problema filosófico es el hambre. El estómago es la primera lámpara que reclama su aceite. El otro día hablando con Fernando Savater me decía que el hambre no es un problema filosófico, que la filosofía no está para solucionar los problemas útiles, sino para los problemas inútiles de la vida. Yo creo que el hambre sí es un problema filosófico. Y la filosofía sí que tiene que dar las herramientas políticas para que se vaya aliviando ese problema”. Simón Partal, un autor cercano y profundo al que tener muy en cuenta.
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