Una guía accesible, una toma de contacto, una ventana al descubrimiento, un manual de referencia o incluso una herramienta para el profesorado. Y sobre todo, una placentera y muy recomendable lectura para cualquier amante del séptimo arte. Todo eso es el nuevo libro de Javier Ocaña, De Blancanieves a Kurosawa. La aventura de ver cine con los hijos. Una cosa es el uso que le dé el lector, otra la intención del crítico de cine. Él ha escrito el libro que quería “y ojalá tenga varias lecturas”, afirma. En él ha volcado lo que ha hecho con sus hijos desde que estos tenían dos ó tres años. Ocaña ha ido mostrando a su descendencia películas muy variadas. Con un cierto rigor, pero sin restricciones y con la mente abierta. Olvídense los lectores del concepto que se entiende como “cine familiar“. En este manual hay anécdotas de títulos como Cría cuervos, Centauros del desierto o Le ballon rouge. Pero no todo tiene que ser excelencia. “Los niños tienen que acostumbrarse a ver malas películas”, asevera, “sobre todo para saber comparar cuando llegue una buena. Además tienen que ver lo que les apetezca en cada momento”.
¿Cómo saber entonces si se está haciendo bien eso de inculcar cine? “Se está haciendo bien cuando les ves disfrutar viendo una película“, dice. Nunca hay que forzar la situación, pero tampoco hay que limitarse. “En el libro hablo de un truco que les hacía de pequeños: dejarles escoger entre una selección previa mía. Tú das varias opciones y ellos serán felices eligiendo, siempre funciona bien. Cuando tiene entre cuatro y ocho años tienen un inocencia especial y son una esponja, no ponen tantas pegas a determinadas cosas como entre los diez y los catorce. Creo que es la mejor etapa para acostumbrarse al blanco y negro, o a cintas de otras culturas. Un niño de cuatro ó cinco años no te pregunta por qué es en blanco y negro porque todavía no tiene un concepto muy claro de que todo es en color. Se trata de hacerles natural lo que es más antinatural a día de hoy“.