«Todo comienza en un lejano diciembre de 2013, al que llamamos el diciembre del horror”, nos cuenta Ale Oseguera, sentados en el restaurante Senyor Fabra, de Barcelona. La murciana Belén Berlín, la rumana Mad Pirvan y ella misma (mexicana afincada en Barcelona) se habían conocido en otros proyectos de poesía escénica. Aquel extraño invierno en el que “todo era caos, desesperación y rupturas amorosas” surgió el hechizo que germinaría en el espectáculo La musa suicida, que ahora (en versión ampliada) han llevado a formato libro/disco y a un espectáculo en directo que ha girado por Gijón, Bilbao, Zaragoza, Madrid o Valencia.
En su evolución hay dos etapas. Una primera en la que Mad, Belén y Ale crean una primera versión (estrenada en 2014), con textos poéticos propios y apoyadas en el directo por un violinista (Álex). Por necesidades de espacio (les invitan menos a teatros que a bares y pequeños escenarios), se ven obligadas a evolucionar hacia piezas breves que se correspondían con poemas sueltos de la obra.
La segunda etapa la marca la entrada de Laura Tomás (quien, además de colaborar con sus textos será responsable de la composición musical) y la electrificación del grupo, así como la presencia del percusionista Víctor Hondartzape. En sus espectáculos comienzan a incluir covers ajenos (de Bowie a Chavela) y entra un toque cabaretero a través del humor: nace su concepto de poesía eléctrica, su seña de identidad.
El libro/espectáculo es una reunión de sus poemas en tres actos dictada por la evolución de la musa a autora y ejemplificada por las figuras de las que, según Pausanias, fueron las tres primeras musas: Mnemea, Meletea y Aedea.
Nos cuenta Ale Oseguera que La musa suicida es “una reflexión sobre la inspiración y sobre cómo se crean las cosas”. Que, hartas del papel pasivo que habían tenido estas divinidades se cuestionan por qué son otras personas (los Autores) quienes escriben poemas sobre ellas y no ellas mismas. Así, en su espectáculo poético-performático, la musa sufre una fase de desencanto y desapego con el autor y una ruptura. Entonces, nos cuenta Oseguera, “se da cuenta de que tiene que morir, para que pueda renacer como autora. Y así planea su suicidio”. La musa, ya poeta, se da cuenta del caos, y escribe: “Soy única e indivisible entre todos mis yo, / perdida entre tantos nosotros”. La dificultad de la autoría se evidencia en el tercer tramo de la obra con la pérdida de la fe, el afán por una suerte que no llega, los rezos y una (in)cierta locura. Y cierra así: “Qué hacer en esta inacabable lucha conmigo misma, / en esta dislexia de sentimientos y cicatrices / que es el siglo XXI”. Nos cuenta Oseguera que podrían haberle dado un happy ending, pero: “Somos Las hermanas del desorden”, sentencia; y ríe, gesticulando con los brazos.