Y esto es precisamente lo que encontrará el lector en Semilla del son (Libros del Kultrum, 2019). Un libro que recoge más de treinta años de pasión por el son cubano y que está articulado en cinco tiempos, un arco temporal que va desde el re-descubrimiento y puesta en valor del son tradicional cubano, a mediados de los ochenta, hasta la actualidad, donde en el último de los textos, Fronteras del son (leído por el autor el año pasado en Cuba, en el Simposio Cubadisco), Auserón plantea “una propuesta de comunidad lingüística y espiritual alternativa en el ámbito de la latinidad”.
Así, Semilla del son cumple fundamentalmente estos dos propósitos: el de ser la crónica sentimental del músico y su relación apasionada con el son y que, en última instancia, refleja su intento por convertirse “en un sonero viejo” (o dicho de otra manera, de cómo Santiago Auserón se convirtió en Juan Perro), así como la propuesta de sostener una mirada hacia el futuro, “en relación con la pregunta de para qué nos puede servir en adelante el son cubano como pieza clave de una comunidad iberoamericana que puede que vaya más allá de las lenguas”.
Nos cuenta Santiago Auserón que en el origen de su interés por el son (y que le llevaría de viaje por primera vez a Cuba en 1984) “está el extrañamiento o el desarraigo de la gente de mi generación que oíamos música en inglés sin entender la lengua y sentíamos de alguna manera el vínculo con los negros norteamericanos y su legado filtrado a través de los grupos británicos”. Lo que le llevó a descubrir que “la huella de lo africano también estaba en España desde siglos atrás, al menos documentable desde la presencia de los árabes en España, aunque cabe suponer que también en siglos anteriores los fenicios tuvieron algún tipo de huella o contacto con culturas africanas”.
Preguntado por la importancia de su papel en este rescate internacional del son cubano (al que pronto se añadiría, con un apreciable don de la oportunidad el norteamericano Ry Cooder, con su celebérrimo Buena Vista Social Club), Auserón no reclama méritos (pero sí, que quede claro, es el pionero). La mayor satisfacción para el músico madrileño, sin embargo, sería la de “servir de catalizador, que de algún modo la comprensión del lado interétnico del verso cantado del español sirviese para abrir caminos nuevos. Contribuir a que el roquerío en nuestra lengua tuviese más armas, argumentos y sonoridades a mano, una paleta más amplia de timbres, ritmos y melodías, historias e imágenes poéticas”. Este sería, nos dice Auserón su “reconocimiento más sabroso”, a lo que añade que , afortunadamente, “ya hay caminos abiertos interesantes en esta línea y que afectan al jazz, al flamenco y a veces al rock and roll”.
Pero no habrá futuro claro para la relación entre Cuba y España si esta no es recíproca. Como decía el maestro Pancho Amat, el camino del porvenir pasa por “aprender a reconocer la reciprocidad implícita entre lo propio y lo extraño”. Y, en opinión de Auserón, es lo mismo en la música que en la política, así “las soluciones que deba encontrar Cuba para su proceso postrevolucionario tendrán que ver con las soluciones que España sea capaz de inventar para superar sus conflictos estancados”. Se trata, pues, de ver “si la latinidad es capaz de construir un pensamiento nuevo que no esté regido por las ideas del pensamiento tradicional centroeuropeo” y que se beneficie también de una ética comercial menos rígida que la germana o de herencia anglosajona y en la que “la ilusión por la transformación de los territorios sonoros” pueda prosperar felizmente.