Probó suerte como carpintero –y no le fue mal–, pero el techo de la rutina se le vino encima. Así que cambió el cincel y la sierra por un capirote y unos guantes de mimo. “No sabía dónde acabaría –cuenta el clown David Shiner en su cita con El Duende– pero sí tenía clara una cosa: nada me hacía más feliz que hacer reír a la gente”. Comenzó recorriendo sin rumbo las calles de París y acabó, casi sin darse cuenta, como integrante de grandes compañías de circo. Primero fue la alemana Roncalli, luego la suiza Knie y, un centenar de carpas más tarde, se embarcó en una de las primeras giras norteamericanas del Circo del Sol. Cuando se quiso dar cuenta ya había firmado varios contratos en Hollywood (llegó a compartir cartel con Susan Sarandon y Nick Nolte en Lorenzo’s Oil) y recogido un Tony por Fool Moon, que se mantuvo tres temporadas en Broadway. A sus 65 años, Shiner regresa a Madrid para invocar las esencias de sus primeros días como payaso en Kooza, un espectáculo que ya han aplaudido cerca de ocho millones de espectadores en todo el mundo.
Kooza es una vuelta a los orígenes. ¿Qué le animó a dejar su trabajo como carpintero y empezar desde cero como mimo y payaso? Un día vi a un payaso en la calle y me fijé en que su sombrero estaba lleno de dinero. Pensé que yo también podía hacer eso y me puse a prueba durante un semana. No me lo podía creer: ¡se podía ganar más dinero como payaso callejero que como carpintero!
¿Cómo recuerda sus días por las calles de París? Fue una época maravillosa en la que experimenté una gran libertad creativa. Cuando tenía hambre sólo tenía que actuar durante un rato en Beauborg o St-Germain-Des-Pres. Me hice dueño de mi tiempo, pero también de mis emociones. La materia prima del payaso es la debilidad humana, que hemos de transformar en algo gracioso. ¿Cómo? Muy sencillo: rompiendo las reglas. Por eso lo que sucede bajo la carpa es pura anarquía.
¿Cree que el humor es un asunto muy serio? Desde luego que sí. El humor nos mantiene en contacto con una parte sagrada de nosotros mismos. Más allá de las risas, todo payaso busca sentido a su propia existencia.
El circo se encuentra en pleno proceso de cambio. ¿Qué parte de su pasado debe conservarse y en qué debe mejorar? Debo mantener lo fundamental, es decir, su capacidad para inspirar a los demás. La gente viene a vernos porque busca identificarse con nuestro dolor y nuestra alegría. En cuanto a las mejoras pendientes, resulta evidente que el trabajo con animales ya no le divierte a nadie…
Como profesor del Teatro August Everding de Múnich, ¿cuál diría qué es la lección más importante que reciben sus alumnos? Cierta noción de autenticidad. Todo aspirante a payaso debe ser capaz de encontrar su propia voz. No hay nada más complicado, exigente y frustrante que la fidelidad a uno mismo. Es muy importante saber cuáles son tus miedos para poder enfrentarte a ellos.
¿Con qué nos sorprenderá esta vez? Kooza es la puerta de entrada a un mundo de juguetes que exhiben todo su esplendor y fragilidad. En el espectáculo participan medio centenar de artistas entre acróbatas, músicos, cantantes y actores que se mueven por el escenario al ritmo de jazz, funk o música de Bollywood. Sé que al público español le encantará.