Las interlocutoras son Regina Fiz, performer queer brasileña de éxito internacional, y Celeste González, un ex bailarín del Ballet Nacional de España que vivió durante aquella larga conversación el viaje de su cambio de género.
¿Cómo surgió la idea de trasladar a un libro la correspondencia que mantuviste con Celeste? R: Fue algo que surgió en una conversación con Carlos Rod [editor de La Uña Rota], se planteó como una posibilidad después de mucho tiempo intercambiando correspondencia entre las dos. De algún modo, en el momento que surge la posibilidad de trasladar la correspondencia a libro la escritura se paraliza. Una suerte de pudor se apodera de nosotras. Desaparece la libertad de lo privado, de lo íntimo, la necesidad de esa escritura se sabe vista por otros ojos y eso interfiere en la correspondencia.
Celeste, ¿cómo te ha cambiado esta correspondencia? Nos escribíamos con avidez, para mí era una necesidad. Conforme pasan las cartas, te vas dando cuenta de cómo nos vamos mezclando, difuminando la una en la otra. Se crea una tercera persona, otro ente que tiene que ver con las dos. Cuando una inicia el tránsito esto no deja de ser una aventura, pero no eres del todo consciente de lo que supondrá. Lo endocrinos y médicos te hablan de lo que te puede pasar desde un punto de vista físico, pero saben poco de lo emocional, porque cada viaje es personal y porque no se entra en detalles específicos. Por ejemplo, sí te dicen que las hormonas te provocan impotencia, pero no que despiertan una nueva sexualidad, otro tipo de relación con el otro. Son cosas que cada una vive a su manera. Estos emails a mí me ayudan a entender ese otro lado.
El libro es valioso para cualquiera que se cuestione su identidad. C: Y para quienes no se la han cuestionado nunca. No sabes con cuánta gente he hablado que no se ha preguntado quién es en ningún sentido, nunca se ha planteado salir de la normatividad, de lo que le ha venido dado. Y a raíz de esta correspondencia, piensan en tradiciones, en formas de vivir que han aprendido ya en su infancia sin notarlo, y se las replantean.
Celeste, en el terreno del ballet, ¿has sentido más apoyo y comprensión hacia tu cambio de género? No. El mundo del ballet es absolutamente binario, los roles están totalmente definidos. De todos modos, yo el tránsito lo comencé mucho después, y había tapiado gran parte de mi pasado. Lo que sí es cierto es que el cambio de género ya se inicia en la infancia, y el ballet me sirvió como vía de escape. Empecé a hacer ballet sin avisar en casa, la primera malla se la robé a mi madre. Era la Transición y sufría de unos maltratos terribles en el instituto, incluso de los profesores (de hecho, dejé de ir a clase). Necesitaba poder respirar en algún sitio. Allí yo era un varón gay que disfrutaba como una loca cuando se maquillaba. Me ayudó a iniciar todo el proceso: el psicólogo clínico me diagnosticó transexualidad atípica, porque aún está considerada una enfermedad. Pasas por el psicólogo, el psiquiatra, por el forense para cambiar de nombre…
¿Vamos a avanzar a corto plazo en nuestra sensibilidad y apoyo hacia la transexualidad? C: Por supuesto. Hay niños y niñas transexuales que ya están apoyadísimos por sus padres y escuelas. Yo estuve en una mesa redonda hace poco donde estábamos representadas cuatro generaciones de chicas trans, la más pequeña de ocho años. Hace no tanto, quizá diez años, era impensable que una niña tan pequeña diera su testimonio. Y esto se ha logrado gracias a asociaciones como Chrysallis.
¿Tú sientes, como Paul Preciado, que el sistema binario es una dictadura? Sí. Tú piensa que en sociedades primitivas se consideraba casi un privilegio el tercer género. Y existían, igual que entre los indios americanos, personas que eran mujeres – hombres.
Regina, ¿está el arte ocupándose mucho de la identidad últimamente? Creo que estamos en un momento de una tremenda banalidad y nos acercamos de puntillas a todo. Sí, hay una mirada muy amplia centrada en la identidad, pero creo que es desde un lugar relacionado con la imagen. La mirada retiniana se apodera de todo, no se puede hablar de identidad sin hablar de género y sexualidad y muy pocas veces se habla con criterio y seriedad, hay palabras que se agotan por el uso y creo que con la identidad está pasando algo extraño, es una moda, se usa mucho de un modo muy superficial.