Las cosas han cambiado bastante desde que Rubén Ochandiano comenzó en la actuación. Se dio a conocer con Al salir de clase, algo que recuerda con gracia y como algo «muy pop» por la envergadura que tuvo. «No entiendo el interés que sigue teniendo años después», afirma. Tras la serie, su trayectoria ha sido muy distinta, al igual que ha cambiado el mundo de la interpretación. «Creo que viví una época un tanto mágica. Empecé en el 97 y creo que en ese momento si querías ser actor, te ocupabas de formarte y tenías talento, la ecuación te podía salir. Ahora me parece que depende también de otros factores como las redes sociales, que lo han cambiado todo. Si estás bueno y tienes un impacto a nivel público importante, ¿a quién le va a importar que tengas talento o no? Ahora mismo está distorsionado lo que hace que alguien pueda convertirse en actor profesional. No quiero sonar a abuelo cebolleta, pero es que ahora desarrollamos más las relaciones ahí que en la vida real. Yo tengo un sentimiento de amor-odio con las redes, pero supongo que como todo el mundo: me resultan adictivas y a la vez las detesto».
Con redes o sin ellas, Ochandiano no ha parado de trabajar. En los últimos cuatro años ha trabajado casi siempre en el extranjero. «Es algo que me seducía desde hace tiempo, y el hecho de vivir con dos maletas y estar viajando todo el rato me atrae. Me aburro fácilmente y esto me resulta excitante.
La oportunidad de estar en Operación Éxtasis la considera como un verdadero regalo de la vida. «Me vieron en Infiltrado y me llamaron directamente sin prueba. Me han dejado hacer lo que he querido y para la segunda temporada el director me ha dado carta blanca. En los últimos años me he ido dando cuenta de que no sirvo para ser ese actor que se limita a recibir órdenes. Necesito trabajar con gente que me deje ser creativo. Si me topo con alguien que quiere un actor marioneta la cosa no fluirá mucho. Esta serie ha sido todo lo contrario: he tenido un espacio de creación amplísimo».
A pesar de estar bajo el manto de Netflix, este ha sido un equipo pequeño, y todo ha sido muy idílico. «Ha sido como vivir en un anuncio de Ikea: yendo a trabajar en bici, comiendo sándwiches de arenques», dice. Un proyecto que dista de las producciones americanas, algo que Rubén también ha probado. «Es como estar en Marte», declara, aunque para él la diferencia está en lo humano: «para mí lo que define un proyecto es el trabajo del director. Si la comunicación es fluida y el espacio de creatividad es compartido, el tamaño de la producción pasa a ser secundario».
Y fluida ha sido la relación con Daniel Calparsoro, con el que coincide por tercera vez en El silencio de la ciudad blanca. «A Dani le quiero mucho y hago lo que me pida. Tiene una forma de contar muy particular. Tengo un personaje pequeño pero clave en la resolución de la historia. Me hacía ilusión trabajar en una película grande española y con Javier (Rey), Belén (Rueda) y Aura (Garrido)».
Al trabajar fuera reconoce que no ha tenido mucha ocasión de mirar de cerca la industria española, «pero tengo la sensación de que se corren pocos riesgos. Me gustaría ver que no se pretende hacer únicamente el blockbuster del año. Las películas medianas casi han desaparecido y ahora se tiene muy en cuenta solo que una peli debe entretener, que claro que tiene que hacerlo, pero habría que diversificar el tipo de producciones por las que se apuesta», afirma.
¿Qué será lo próximo? Nueva York le seduce mucho. Y a poder ser, con algún trabajo más emocional: «Desde que trabajo fuera de España hago mucho de tío con pistola. Hablo mucho de cocaína, pastillas y armas. Tengo ganas de algo que toque el corazón: un tipo que se enamora, por ejemplo».