Luke Jang nació y creció en Corea, unas raíces que lleva consigo allá donde sus sueños lo empujen. Y es que, a lo largo de su carrera, han sido muchos los países que ha pisado y que le han conquistado un pedacito de su alma creativa. Su cocina es una mezcla de todas esas vivencias, un estilo propio en constante evolución. Es, sin duda, una especie única que merece la pena ser descubierta.
Creatividad: Luke considera que la gente más creativa es aquella que ha pasado por situaciones duras, difíciles, emocionantes o extremas y que, por tanto, utilizan esas emociones como motor para dar vida a sus obras. Él se sirve de la cocina para expresarse y contar cuentos en cada uno de sus platos. En ellos, no solo hay una mezcla de ingredientes, sino también de sus viajes, las sensaciones que le dejaron ciertos momentos y que se le quedaron grabados en la memoria. Como el instante en el que a su madre le cayó un membrillo sobre la cabeza durante un paseo por el bosque, “ese momento, tan simple en apariencia, me inspiró uno de los platos del menú degustación”, reconoce.
Por esta razón le gusta explicar que, aunque influye, su cocina no es de temporada, “es de emociones y recuerdos”, afirma. Son cuentos que le gusta contar a los comensales.
Nomadismo: El punto de partida de su travesía profesional fue en Corea, su país natal, donde tocó diferentes ambientes, incluido el de las cocinas del ejército. Después vinieron Australia, Tailandia, Filipinas, Hong Kong, Vietnam y La India. “Cada cambio ha resultado ser una evolución, un nuevo aprendizaje” confiesa. Valora muchísimo la experiencia que le aportan estas vivencias y los recuerdos que le dejan, como “el mercado en La India y los olores a especias, mezclados con la humedad, el calor, el ruido, la sensación de agobio… Ese olor y sensación los sigo recordando muchísimo”.
Cambiar tanto de contexto requiere de un poder de adaptación enorme, y adaptarse es una de las cualidades más humanas y animales que existen. Luke vive adaptándose, pero ¿y la adaptación más dura? “En Filipinas, donde estudiaba inglés durante 12 horas diarias hasta que me dolía la cabeza, nunca sentí algo así. O en El Bulli, intentando entender el catalán y aprendiéndome cada nombre de plato e ingrediente de memoria”.
Precisamente en El Bulli conoció a Ferran Adriá, cocinero al que admira y uno de sus referentes a la hora de buscar inspiración. Son la constancia, el inconformismo y, por consiguiente, lo inédito de su obra, los aspectos que Luke más valora.
Liderazgo: Pero si hay una figura que le ha guiado en todos estos años de idas y venidas, ese es su abuelo, “era duro y estricto, nació en el año 30 y vivió en época de guerra, creció en un monasterio budista porque sus padres no se podían hacer cargo de él y fue monje hasta los 16 años”, recuerda. Le resultó difícil educarse con él, pero en la veintena fue consciente de lo importante que había sido esa enseñanza, “de niño me soltaba en la montaña a por tierra de bosque para la huerta, sin ayuda, así aprendía a buscarme las cosas por mí mismo o, si no quería comer, me quitaba la comida hasta el día siguiente, así aprendía a valorarla”. Su abuelo le transmitió el valor de la constancia y la importancia de tener un objetivo en la vida, sin importar el tiempo que se tarde.
Hoy es él quien ejerce de líder de su equipo, lo cual no siempre es fácil porque a veces hay que ‘convencerles’ de que remen a su lado, pero es consciente de que solo no lograría los mismos resultados, “así todos podemos soñar a lo grande”, afirma.
En este mundo de animales creativos, él elige el cerdo como uno de los que más le representa, es su animal en el calendario coreano y, casualidades de la vida, el 2019 es su año. Aunque también le gusta el perro, y es que ambos animales le parecen “cálidos y simpáticos”.
Luke, como ‘especie’ inconformista a la que pertenece, siempre tiene un plan a futuro, uno que él espera le traiga el reconocimiento del público y una estabilidad, porque quizá, su espíritu nómada esté algo más calmado, o al menos por ahora.