Lo reconocen por la calle por el estrepitoso personaje que se enredaba en escaleras, o por haber sido Filemón o Chema en la serie Aída. Pero a la sombra de la pantalla, Pepe Viyuela (Logroño, 1963) es un poeta premiado con el Margarita Hierro y un habitual de los escenarios como actor y productor, que encadena temporadas repletas de montajes arriesgados y de nivel.
Está usted de moda. Ni mucho menos. Quizá te lo parezca porque ahora paso más tiempo en el teatro, aunque siempre ha sido un bajo continuo en mi carrera. Me llevé un disgusto cuando, al entrar en Aída, me pidieron exclusividad. No me gusta la palabra ‘carrera’, mejor diré ‘en mi trabajo’.
Últimamente ha hecho mucho más que humor. Pero no porque esté huyendo de la comedia, sino porque he tenido oportunidades en otros registros como la tragedia de El burlador de Sevilla o la tragicomedia de El silencio de Elvis. Lo que más me gusta es interpretar al payaso, transporta a otra dimensión.
Y fíjese lo denostada que está esa palabra: payaso. Lo entiendo. Vivimos en una sociedad que sobrevalora el éxito, y el payaso representa al torpe, al perdedor, al fracasado. Para mí, humaniza, es el reconocimiento de la fragilidad. Y en mi caso, es sinónimo de éxito, todo lo bueno me llegó de aquel personaje estrafalario basado en un humor muy gestual que creé para poder navegar solo, porque entonces era muy difícil entrar en una compañía y mantenerse.
¿Ahora es fácil? No, y las giras son mucho más cortas. Si fuera verdad que hemos salido de la crisis, en el teatro no se nota. Los presupuestos siguen siendo bajísimos, y las temporadas y las giras duran menos, tienes que saltar de una obra a otra. Y como las compañías necesitan sobrevivir, bajan los precios y trabajan de forma muy precaria. Fue terrible aquella estadística que decía que en torno noventa por ciento de los actores no puede vivir de la interpretación. Además, debemos reconocer que no hay mucho público teatral, es para minorías. De todos modos, seguramente el teatro sea inmortal, lleva desde la Antigüedad luchando contra sus fantasmas, y pese a la sequía laboral, hay mucha gente que sigue queriendo dedicarse a ser actor.
No sé si hoy podrían mantenerse guiones tan políticamente incorrectos como los de Aída. La serie terminó en 2016 después de diez años de emisión, y en esa década dijimos muchas barbaridades. Pero ya recibíamos quejas y yo lo entendía, venían de personas heridas porque, por ejemplo, se hacía sangre de determinados defectos físicos. El problema ahora es que esas quejas proceden de las instituciones en forma de denuncia o multa. Es decir, el humor se considera tan terrible como una agresión física. Me parece excesivo, porque intimida a los cómicos, se autocensuran. Es verdad que el humor no es positivo per se. Es como un cuchillo, se puede usar para pelar una manzana o apuñalar. Y entiendo la protección frente al acoso, pero es la sociedad la que tiene que ser lo suficientemente madura como para no reír chistes ofensivos o anacrónicos. Con todo, el humor no está en riesgo. Es ingobernable, y los bufones siempre lo han pagado caro. A veces pensamos que todo lo que nos pasa ocurre por primera vez.
Usted es poeta, y este verano lo dedicará a los clásicos con un recital en el festival Clásicos en Alcalá y una obra en el festival de Mérida. Para el festival de Alcalá he preparado un recital con textos de San Juan de la Cruz, que creo que es uno de los grandes autores del mundo: toda la poesía castellana y bucólica viene de su tradición, arraigada en lo sencillo, lo popular y en la naturaleza, tratando temas de manera muy directa -incluso siendo complejos, como lo religioso- y a la vez acercándonos las métricas italianas, tan exquisitas. En Mérida formo parte del elenco increíble de diez actores, con Concha Velasco a la cabeza, que interpreta a ochenta personajes en la versión que ha hecho David Serrano de La metamorfosis de Ovidio.
La poesía vive una revitalización, y se ha vuelto muy performática. Creo que una de las cosas más interesantes del fenómeno es que une a jóvenes, sobre todo a partir de internet. Y creo que no hay que infravalorar las formas más recientes en las que la poesía se vehicula, como el rap, que responde a la misma vocación de los juglares medievales: hacer llegar un mensaje de forma atractiva, con la palabra rimada. Hace años, la poesía vivió una mala época, mucha gente ni se le acercaba porque decía que no la entendía. Intelectualizamos demasiado el arte. Y sobre todo hay que sentirlo.