Corría el 2009 y Mónica Runde celebraba el veinte aniversario de 10&10 de una forma tan impensable como original. “A mí, celebrar los años haciendo retrospectivas y trayendo a todo el mundo a bailar trocitos nunca me ha llamado la atención, así que pensé que qué mejor que pasarlo entre amigas (con Teresa Nieto y Carmen Werner), históricas de la danza contemporánea. El recuerdo, diez años después, es que lo pasamos en grande”, nos cuenta Runde.
Este año, para el treinta aniversario de 10&10, que se celebrará en noviembre en Madrid, también apuesta por algo nuevo. “Ahora bailo la quinta parte de lo que bailaba, pero por primera vez voy a hacerme un solo, que en realidad va a ser una conferencia-performance. Voy a cantar, hablar, bailar, se va a ver mucho vídeo… se va a ver lo que ha sido 10&10, que alguien que no lo conozca salga diciendo, ¡Guauuu, todo lo que ha hecho esta gente!”.
Si hace diez años Runde confesaba que “huesos y músculos tienen memoria y acusan el paso del tiempo”, cuánto más ahora que las rodillas empiezan a quejarse y a pedir descanso. “Por desgracia, 10 años después mandaría la misma Carta al Director… ahora en lugar de comenzar diciendo ‘Señor Director, llevo 30 años bailando’, tendría que decir llevo 40 años bailando y mi cuerpo dice que ya no, pero no tengo retiro. Sigo siendo autónoma y trabajo 24 horas al día, 365 días al año y me sigo autoexplotando. La Seguridad Social no funciona para nosotros y las ayudas públicas, tal y como están planteadas, son un despropósito”.
Esa situación que viven muchos creadores les obliga a tener una actividad frenética que hace que Mónica esté inmersa en varios proyectos a la vez. Uno de ellos es una colaboración en la producción de Tres sombreros de copa del Centro Dramático Nacional, que podemos ver en el Teatro María Guerrero hasta el 7 de julio.
“El trabajo con Natalia Menéndez suele consistir en mover al elenco en las transiciones y cambios de escenografía, y en este caso también he montado un charlestón. La obra es un sueño, es una locura muy surrealista. Estoy contentísima con el resultado porque me lo he pasado muy bien, hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto haciendo una obra de teatro… El texto de Mihura es espectacular y me parece muchísimo más actual ahora que en su momento. Cuando lo escribió fue un adelantado, por eso creo que no lo entendieron, porque era un visionario. A mí todo lo que sea absurdo y surrealismo me encanta… Es más, mi primera crítica en Estados Unidos, del año 91, decía que yo era muy surrealista y Daliniana”.
Colabora habitualmente con Inés Narváez, con la que tiene el proyecto “Bocetos efímeros”. Pensado para espacios singulares, si hace 10 años Mónica afirmaba que le encantaría bailar en el Museo Reina Sofía, hoy, sigue siendo un espacio a conquistar. Y otros: “por una cuestión familiar me haría muchísima ilusión bailar en la torre de la Casa Árabe porque el arquitecto del edificio fue mi abuelo, y las vistas son espectaculares”.
Eso sí, si tiene que reivindicar un espacio madrileño, le “encantaría volver a bailar en el Teatro Albéniz. Es muy necesario que recuperemos ese espacio tan emblemático y tan vinculado a la danza en Madrid”.
Su faceta docente le permite estar conectada con las nuevas generaciones de bailarines y beber de su frescura. Asegura que le encanta transmitir su experiencia y contarle a los jóvenes que hubo un día, no muy lejano, en el que la danza contemporánea era más plural y se ponían en marcha producciones con escenografía, vestuario y más de dos bailarines.
Consciente de que ha vivido los años dorados de la danza contemporánea en Madrid, puntualiza que no se siente privilegiada: “estuvimos en el momento idóneo en el lugar idóneo, pero hemos trabajado como cerdos”.
Viajando con su propio tapiz de danza y el reproductor de música, abrieron el camino. Mucho ha cambiado el mundo desde que esa joven bailarina se revelara contra el ballet clásico para buscar su propio lenguaje. Hoy, cómoda con la vídeo-danza, la edición sonora y propuestas mucho más performativas, confía en seguir evolucionando.