Lo primero que se me pasa por la cabeza es la cantidad de explicaciones que tenía que dar cuando, hace veinte años, decía que era vegetariana. En aquel momento, aquí era como decir que venías de Marte. Y esto ha pasado de ser una rareza a ser algo casi cool. Pero, ¿qué papel juega el arte ante los desafíos de un presente y futuro sostenible? Ya desde los años 60 las prácticas culturales y artísticas tomaron posición, especialmente a partir de la publicación en 1962 de la obra seminal Silent Spring, de Rachel Carson, que logró la prohibición del dañino DDT en EEUU y la consecuente creación de la EPA (Environmental Protection Agency) que Donald Trump se está cargando de un plumazo.
A partir de aquí los artistas comenzaron a proponer proyectos que ofrecían soluciones reales a problemas ecológicos, como las “Ecovention” o las “Estéticas restaurativas”, e incluso las casas sostenibles que proponía Buckminster Fuller a finales de los años veinte, de fácil construcción y basadas en el ahorro de recursos.
En los últimos años son ya muchos los artistas que se centran en las consecuencias de lo que algunos han llamado Antropoceno y no son pocas las actividades dedicados a estos temas. Pero casi todos los casos demuestran una brecha entre la teoría y la acción, sin mostrar mucha coherencia entre esa retórica de la sostenibilidad y los modos de aplicarla. Vamos bien encaminados, pero los pequeños cambios ya no son suficientes. Todos tenemos que asumir nuestra parte de responsabilidad y dentro de la “mochila ecológica” del arte considerar el CO2 y gases “traza” responsables del efecto invernadero, como todos los contaminantes involucrados en los procesos.
Una de las palabras clave es “Decrecimiento”, una corriente que debería ser asimilada también desde el arte y la cultura. Ideólogos como Serge Latouche o Carlos Taibo desarrollan muy bien este concepto, aunque muchos años antes autores como E.F. Schumacher hablaban de la importancia de obtener un máximo de bienestar con un mínimo de consumo. En 1973 el economista alemán publicó “Lo pequeño es hermoso: Economía como si la gente importara”, con el que ya criticaba el empleo del PIB como medida del bienestar.
Nuestro modelo de crecimiento continuo también se puede repensar desde la respuesta emocional e intelectual que provoca el arte. Desde el contenido y desde los modos de hacer. Erróneamente se ha venido a creer que buscar opciones sostenibles encarece los proyectos, pero al contrario: con una buena planificación y estableciendo políticas a largo plazo se consigue no solo abaratar el resultado, sino resultados más eficientes y que contribuyen al bien común.
Hoy día existen multitud de alternativas a los materiales contaminantes que utilizamos a diario, y optando por éstas, estamos contribuyendo a construir un mundo más habitable para todos y también ofreciendo soluciones más imaginativas.
Para ello se debe tener en cuenta todo el ciclo de vida del proyecto, desde su concepción hasta su desmantelamiento. Las posibilidades son numerosas: evitar los vinilos y derivados del petróleo, optimizar al máximo los transportes y envíos, pintura ecológica, muros reutilizables, proveedores locales, sello FSC en los productos y papeles 100% reciclados; o incluso papel de semillas (el que utilizo para mis tarjetas de visita). Hay un periódico en Japón cuyas páginas están hechas con papel de semillas para plantarlas después de leer las noticias.
En resumen, aplicar la regla de las 5 erres a todos los procesos (reducir, reutilizar, reparar, reciclar y regular). Hay que dejar de entender la crisis ecológica de manera aislada para comprenderla en su interrelación con las esferas social, económica, política y cultural. Y es por ello que el arte puede funcionar como una herramienta muy válida a la hora de comprender esta complejidad, apelar al cambio y ofrecer otras alternativas posibles desde su propio funcionamiento. Es decir, predicar con el ejemplo a partir de una propuesta cultural donde la ética y la estética caminen juntas. Efectivamente si no somos parte de la solución somos parte del problema.
Blanca de la Torre es crítica y comisaria de arte.