Pero más allá del debate estético, enseguida se convirtieron en el nuevo símbolo de Madrid, un icono pop que durante una década apareció constantemente en el cine y la publicidad. Uno de los primeros en sacarle partido fue Álex de la Iglesia en El día de la Bestia(1995). Más tarde llegaría Pedro Almodóvar con Carne trémula (1997) y Santiago Segura con Torrente 3: el protector (2005). Ya nadie se imagina el horizonte de la ciudad sin esos dos edificios que desde hace más de veinte años están cayéndose sobre la Plaza de Castilla.
Si las Torres KIO representan el Madrid yuppy de la década de 1990, la ampliación de los grandes museos del Paseo del Arte refleja el entusiasmo de la década de 2000. El Thyssen-Bornemisza de Manuel Baquero, Robert Brufau y estudio BOPBAA (2004), la ampliación del Reina Sofía de Jean Nouvel (2005) o la del Museo del Prado de Rafael Moneo (2007), dieron un nuevo barniz a una ciudad que pedía a gritos quitarse la carcoma. Más tarde se sumarían a este reciclaje de viejos edificios el CaixaForum de Herzog & De Meuron (2008) y el MediaLab Prado de María Langarita y Víctor Navarro (2013). A su vez la ciudad aumentaba a una velocidad galopante su superficie. Los PAU (Programas de Actuación Urbanística) fueron la expresión directa de lo que más tarde se llamó la burbuja inmobiliaria. La última década, sin embargo, comienza con un proyecto cuyo fin era muy diferente. Madrid Río se inauguró en 2011 para transformar sustancialmente los distritos del sur de la ciudad. Fue una operación a corazón abierto que devolvió el Manzanares a los madrileños. Mientras los coches quedaban soterrados, los peatones ganaban una superficie de zonas verdes equivalente al Parque de El Retiro.
Además ese mismo año, el ya legendario 2011, sucedió algo que cambió para siempre la forma de entender el espacio público. Miles de personas, la mayoría de ellas jóvenes, hacían suya la Puerta del Sol y pedían un democracia más transparente. La acampada, que contó con biblioteca, huerto y comedor, fue durante algunas semanas la materialización de una utopía. Los ciudadanos se reconocían como dueños de su ciudad para transformarla. A partir de aquí todo cambió en el debate teórico sobre la arquitectura. Aunque numerosas experiencias ya habían experimentado a pequeña escala procesos semejantes, por ejemplo Esto es una plaza (2008) o el Centro Social Autogestionado de La Tabacalera (2011), el 15M marcó un antes y un después porque popularizó los métodos de participación directa.
En este contexto son muchos los estudios que han reflexionado a cerca de la creación colectiva frente a la idea del arquitecto estrella. Algunos ejemplos son Todo por la praxis, Enorme, Basurama, Boamistura, Husos o Zuloark, que han explorado formas de canalizar la voluntad colectiva. Y también se han fortalecido asociaciones en defensa del patrimonio histórico, como Madrid, Ciudadanía y Patrimonio, en la que desde 2009 convergen numerosas entidades que velan por los edificios y paisajes en peligro de desaparición. A ellos debemos en gran medida que el Frontón Beti-Jai, una joya de 1894 que respira todo el sabor de la Belle Époque, se haya salvado de la piqueta.
Prueba de esta nueva forma de comprender la ciudad son los Paseos de Jane, que cada primavera rinden homenaje a la urbanista Jane Jacobs y a través de los cuales Madrid es diseccionado por sus propios vecinos. La gentrificación, es decir el cambio de uso de los barrios y la expulsión de los más desfavorecidos –ocasionada por la subida del precio de la vivienda–, y la turistificación, que convierte los centros históricos en parques temáticos, son los grandes problemas que estamos debatiendo en la actualidad.
Veinte años después Madrid se ha sacudido la caspa y tenemos una buena colección de ejemplos de arquitectura espectáculo. Incluso el prestigioso arquitecto Norman Foster ha elegido un palacio de la calle Monte Esquinza para instalar su Fundación (2017). Ahora lo que peligra es precisamente lo opuesto, la autenticidad de los barrios, tanto sus edificios históricos como sus propios vecinos, nosotros. Por esto mismo la aplicación de métodos participativos, procesos en los que todos contemos, es la reivindicación más urgente que podemos hacer, y nos parece que participación es la palabra más adecuada para hablar de arquitectura y urbanismo.
Ignacio Vleming, es escritor y periodista cultural. Acaba de publicar su tercer libro, Fisura.