Un dramaturgo tan prestigioso como Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940), Premio Nacional de Teatro y autor de obras míticas como Ay, Carmela, podría consagrar su vida a escribir sin miedo a no ser representado.
Pero su compromiso con la escena es tal que decidió abrir en Lavapiés La Corsetería: donde antes se despachaban ligueros ahora se ubica un centro de investigación, creación y formación teatral. Es el Nuevo Teatro Fronterizo, una renovación de aquel Teatro Fronterizo que el autor puso en pie durante la Transición.
¿Cuáles son los puntos en común con el anterior? El nombre de fronterizo significa que habitamos una zona marginal. Compartimos con el proyecto anterior la idea de realizar un trabajo colectivo de investigación del teatro que se necesita. Hacemos talleres para analizarlo y de formación. Y, a partir de ellos, creamos obras. Buscamos el compromiso social, pero también la estética, la reflexión filosófica, ser una vía de comunicación de conocimiento científico… Queremos habitar el hueco que no llena el teatro dominante en este país. El teatro es como una gran mansión, con muchos pisos, sótanos, naves… Y en todas partes hay gente haciendo cosas. Lo que ocurre es que a veces los medios no permiten ver determinadas zonas.
¿Cree que el teatro está muy mercantilizado? Sí, el mercado lo ha contaminado todo. Incluido el teatro público, la política también está controlada por él.
¿Pero no será ese el que reclama el público? El público no existe como algo formado. El público lo crea el acontecimiento teatral y artístico. No hay que pensar de manera rígida en lo que quiere o necesita el espectador. Hay que pensar en lo que está ocurriendo, en la conciencia de la gente, en los conflictos sociales y personales. Y será a partir de ahí desde donde el creador fabricará el producto, planteando preguntas que lanzará, como una especie de globo sonda, al tejido social.
¿Pero no cree que en Madrid hay bastantes salas de teatro «alternativas»? Sí, y en Barcelona. Yo soy un optimista histórico. Creo que lo visible es bastante lamentable, pero la realidad es mucho más compleja. Le podemos aplicar a esto la metáfora de las luciérnagas de un filósofo francés con el que estoy trabajando ahora. Él habla de las luciérnagas como manifestación de luminosidad y de lucidez en medio de la oscuridad, frente al mundo sobre iluminado que los medios priorizan.
¿Cuál es el balance de estos casi tres años? Se están superando las expectativas en relación con el interés y el apoyo de la gente. Pero no las de estabilidad. Al estrenar, pensábamos que de alguna parte vendría alguna ayuda para garantizarnos la cobertura de los gastos corrientes -alquiler de local, dos o tres sueldos-. Pero no ha venido. Aunque suplimos la falta de dinero con entusiasmo. Y estamos buscando subvenciones de entidades que puedan estar interesadas en proyectos concretos. La historia del teatro demuestra que pequeñas iniciativas que han persistido años han terminado teniendo influencia.
Un proyecto destacados de la pasada temporada fue Barrios Nómadas, una obra que se representó en la calle, en Lavapiés, y que hicieron conjuntamente inmigrantes y vecinos. ¿Quién aportó más a quién? Algunos de los vecinos de Lavapiés han dicho que creían que iban a ejercer influencia sobre los inmigrantes, pero que se vieron cuestionados por la experiencia vital que ellos pusieron sobre el tapete. De todos modos, no fue unidireccional. Esta idea fue muy fértil, y ahora estamos pensando en otro proyecto similar. Le he puesto como título África Sí, y lo que tengo en mente es que el colectivo africano comunique su cultura, su tradición y su historia para superar la visión que se tiene de ellos como náufragos. Sería un espectáculo afirmativo.
Otro foco de atención de su proyecto apunta a las mujeres. Sí, el tema de la visibilidad de la mujer es uno de los siete campos temáticos que estamos promoviendo en un marco que yo llamo Dramaturgias Inducidas, que consiste en que, por medio de talleres, se induzca a los autores a escribir sobre determinadas problemáticas que no están muy presentes. Hemos hecho un taller sobre el maltrato a partir de personajes de la tragedia griega, y de ahí ha salido un material con el que queremos hacer algo. Tenemos también el proyecto Pioneras de la Ciencia en España, que analizará cómo accedían a la ciencia las mujeres del periodo anterior al franquismo, porque hubo verdaderas heroínas; desde esa investigación, proponemos la escritura de un texto colectivo coordinado por mí. Algo parecido a lo que hice en Italia sobre mujeres filósofas, porque parece que las mujeres no hayan pensado nunca.
Presta especial atención a América Latina. Viajo allí muy a menudo, a hacer talleres, a dirigir, a estrenos a los que me invitan… A veces también voy porque me harto de Europa, y allí me cargo las pilas, porque todo está en explosión. Hay mucho teatro que tiene que ver con lo que está pasando. Lo hacen en barrios violentos, o en zonas donde hay desplazados.
¿Alguna compañía de América Latina que nos recomiende? Podría decir muchísimas. Pero por subrayar algo que se conoce poco, mencionaré una brasileña que se llama Vertigem (Vértigo), que lleva años haciendo obras que experimentan con los espacios. Yo los he visto en Apocalipsis, representada en una cárcel de mujeres. También montaron una pieza en un psiquiátrico. E hicieron una versión muy libre de El Castillo de Kafka en un rascacielos de una avenida de Sao Paulo.
Texto: Lola Manfar. Ilustración: Nuria Cuesta.