No para. Se ocupa de los últimos detalles. Sube las escaleras, comprueba el ángulo del sillón y varía el efecto de la luz. La escenógrafa Elisa Sanz carga con cinco premios Max a sus espaldas, pero se sigue moviendo ligera y precisa sobre las tablas de un escenario.
Ella quería ser actriz, pero como “no salió” se metió a delineante, “como podría haber estudiado puericultura”, confiesa. Al segundo intento y a punto de conseguir su sueño decidió cambiar de dirección. “Yo ya había hecho danza en Burgos y cuando me presenté al último examen en Madrid sentí que la gente de la interpretación era muy densa y entonces salieron las pruebas para escenógrafo. Fue curioso porque al ser delineante entendía todos los planos que presentaban en el examen y me resultó fácil”, recuerda. “Los estudios de escenografía eran todavía muy experimentales, así que lo peor fue mi padre –sonríe-, él me decía “¡pero qué le voy a contar a mis amigos! ¿Que te dedicas a qué?”
La escenografía fue finalmente su profesión, aunque en la práctica su trabajo es vestir de fantasía el escenario desnudo, en un oficio en el que todo se inicia desde el vacío. “Siempre que leo las obras me las imagino ya en un espacio. Lo que más interesa es que los escenarios se vayan transformando, me gusta que los espacios viajen”, puntualiza. Lo mismo sucede cuando se habla de figurinismo y mientras que Inditex nos uniforma en la vida real, en la escena la cosa cambia: “En Teatro todo lo que subes al escenario deja de ser de calle. El escenario es lo no cotidiano. José Luis Raymond nos enseñaba la diferencia entre lo profano y lo sagrado y todo lo que sube a un escenario deja de ser profano, acaba siendo otra cosa”.
Elisa Sanz. Boceto de vestuario para La avería
Porque vestir a un actor no es disfrazarlo, sino crearlo como personaje. “El vestuario depende de cada obra. Por ejemplo, en La Avería (en Madrid representada la temporada pasada en las Naves del Español) es muy claro que creas al personaje. Hice muchas botargas, rellenos, chepas… deformé el cuerpo del actor. En el caso de la danza es diferente. Hay que ensayar con el vestuario y muchas veces se hacen coreografías a partir del él. La ropa habla sobre el escenario. A mi el teatro me gusta mucho, pero me gusta muchísimo también la abstracción de la danza, la búsqueda en la no narración, en la imaginación, en la poesía del movimiento”.
Después de recibir innumerables galardones, entre ellos, cinco premios Max, Elisa se confiesa con la misma incertidumbre con la que empezó en el mundillo. “Aunque tengas todos los premios del mundo hay que seguir luchando porque en este país nunca acabas de demostrar lo que vales. Los premios no significan más para mí que un agradecimiento de la profesión, pero yo sigo adelantando dinero y manchándome las manos. Nunca he conseguido ser una diva del teatro, me lo debo de montar fatal”, bromea.
Teniendo en cuenta el contexto de crisis actual, era imposible no preguntarle sobre la subida del IVA. “No me parece bien. Veo que mi trabajo va a ser más prescindible, pero no quiero ser pesimista porque es tan espantosa la situación que no puedo regocijarme ante el horror.
Ahora en vez de dejar invertir en mí hago lo contrario. Me he cogido un espacio para seguir creando, un sitio que me ayude a poder investigar y me permita detenerme a pensar.
En ese camino de nuevos proyectos, Elisa no para. Para finales de verano estrena su trabajo en Madrid con Si supiera cantar me salvaría. El crítico, un texto de Juan Mayorga y también prepara ya el vestuario del próximo espectáculo de la Compañía Aracaladanza. “Creo que con la crisis se van a potenciar proyectos muy arriesgados y eso está muy bien porque las nuevas ideas son lo mejor que nos puede suceder”. Ideas que tocan nuevos escenarios, como el trabajo que actualmente ocupa como coordinadora de un espacio para nuevos diseñadores en El Hangar (Burgos), el lanzamiento de su propio showroom y colaboraciones con la Compañía Hélade, de Alberto Estébanez. “Creo que la disminución de trabajo nos va a venir bien para centrarnos en proyectos nuevos. Al menos yo me lo quiero tomar como una oportunidad… ¡Entonces que viva la crisis!”
Texto: Teresa Garrido.