El ilustrador e historietista José Domingo (Zaragoza, 1982) ha crecido como autor a través de fanzines, publicaciones con mayor o menor difusión y un sector editorial que incluso en esta época de bonanza, está en eterno entredicho y crisis. Sin duda, Aventuras de un oficinista japonés es un libro formal y argumentalmente excepcional, que se sale de lo que un lector convencional puede esperar.
Una vez alcanzado el reconocimiento con el premio del Salón de Barcelona ¿Cuál es el “estado de las cosas” para el autor de cómic, hoy día? Mi visión no ha cambiado tras el premio, puesto que la situación general es ajena a los logros individuales, me temo. El panorama es agridulce: vivimos un momento increíble a nivel creativo y editorial, con una gran libertad para los creadores para desarrollar sus obras tal y como las concibieron, sin necesidad de ceñirse a formatos o temáticas preestablecidas. Todo, gracias al auge de la novela gráfica y a la importancia que se concede a la voz personal del autor y también a las posibilidades editoriales actuales. Pero en la otra esquina del ring todavía tenemos un mercado pequeño en cuanto a lectores y ventas, en parte porque sigue siendo un medio del que el público general sólo roza la superficie.
Con la perspectiva isométrica de los videojuegos, desplegando sólo cuatro viñetas por página en un álbum de gran formato, Aventuras de un oficinista japonés es un festival de ilustración y desenfreno argumental que mantiene al lector exhausto a lo largo de cien páginas. Tu colega, David Rubín explica el origen de la obra, que primero fue una historia corta publicada en un fanzine. Inmediatamente después de hacer la historia original, cuando veo que el mecanismo de creación da de sí, que era divertido de hacer y de escribir, tan interesante y lleno de posibilidades a nivel formal… fue por eso que me decidí a presentarlo como proyecto a Bang Ediciones. Tras darle color -un elemento clave en la obra final- a esas primeras cinco páginas en blanco y negro.
¿Cómo se consigue que la salida del trabajo de un personaje gris se convierta desde la tercera viñeta en un ejemplo de libertad creativa hiperbólica? Dejándose llevar por el dibujo y no cerrándose a ninguna opción que pudiera surgir, dejando fluir la historia de una manera kamikaze, sin preocuparme si debería llevarla en tal o cual dirección para que resultara redonda. Si tenía que cerrar la historia en las últimas quince páginas o en la última viñeta nunca me preocupó, con lo cual la libertad para crear era absoluta. Esto es el corazón de Aventuras de un oficinista japonés.
Rubín en el prólogo y Miguel B. Núñez en el epílogo -¡qué lujo!-. Este menciona el cómic underground de Shelton y la historieta de humor española de Jan y a mi se me antoja la influencia de algunas obras de Jose Luís Ágreda. Sí, todo eso está ahí, y también Max, Dave Cooper, Gabi Beltrán, Toriyama, Sattouf, Chris Ware, Ibañez, amigos cercanos como Miguel Robledo, David Rubín, Brais Rodríguez, Diego Blanco, Jano, Miguel Porto…pero también las pelis, series, la música o la literatura, todo lo que vas viendo y experimentando te influye y de ese cóctel loco sacas tus propias conclusiones.
Y después del premio , ¿en qué trabajas? Pues dándole vueltas a varias ideas de las que te rondan la cabeza insistentemente en espera de ser llevadas al papel, desde ideas para historias largas a otras más lúdicas. Ahora mismo dentro de mi cerebro conviven mendigos medievales con moteros, perros con alienígenas, una encarnación de la estupidez humana y un tipo de baja estofa moral.
Texto: Christian Osuna. Ilustración: detalle de cubierta de Aventuras de una oficinista japonés.