Las obras de Eusebio Calonge reclaman los valores perdidos.“Reaccionan contra la soberbia y el materialismo, tan vigentes. Se ha abolido la sacralidad de las cosas”, explica este jerezano (1963), encargado de los textos (siempre divertidos) y la iluminación (siempre tenebrista) en la longeva compañía La Zaranda, Premio Nacional de Teatro 2010.
Calonge escribió una de las mejores piezas de la pasada temporada teatral madrileña, Este sol de la infancia, que la compañía La Pajarita de papel representó en la sala La Puerta Estrecha de Madrid.
He oído decir a mucha gente que Este sol de la infancia es lo mejor que ha visto en el teatro en mucho tiempo. Cualquier virtud de ese montaje corresponde a la compañía que lo montó. De la única manera como yo intervine en él fue exigiendo que la obra se desplegara por todo el teatro. Este texto tiene ya algunos años. Lo escribí simplemente como un ejercicio de reverencia hacia un verso que siempre me había atraído, el que da título a la obra, que encontraron en un papel dentro de la chaqueta que llevaba Machado al morir. Yo quería que el público recorriese la casa donde se desarrolla la acción, que es la pensión francesa a la que llegaron Machado y su madre tras exiliarse, y donde murieron a los pocos días. Y lo quería porque es una casa con mucho magnetismo, que el público debía sentir y respirar. Eso no era posible en una sala donde la platea está tan separada del escenario.
Ver tan cerca a esos personajes, heridos de guerra o desahuciados intentando exiliarse de España, sobrecoge. El público de teatro tiene que ser testigo de algo que está vivo. No va a ver una obra y a aplaudir, sino a ser parte de una ceremonia, a juzgar algo que tiene que sentir como una realidad, que tiene que arrebatarlo. Actores y espectadores deben sentirse juntos, como en un panteón, viviendo una experiencia conjunta.
Al escribirla, ¿no temía que lo llamaran oportunista por hacer una obra sobre ese periodo, con la que está cayendo por la Memoria Histórica? Sí. Pero yo creo que el teatro está para poetizar, no para politizar. Por eso la enfoqué desde el punto de vista de la madre, que encarna de manera muy neutra el problema de las dos Españas.
Es autor del ensayo El oficio de comunicar el misterio. ¿El teatro es eso? Sí, el teatro es un medio para expresar el misterio. Es necesariamente trascendente. De lo contrario, puede ser un espectáculo de entretenimiento, pero en él no se dará el hecho teatral. Cuesta muchísimo que el teatro suceda. Hace falta una llamada, una inspiración, una pregunta, de la que uno espera respuestas, que no necesariamente han de aportarse desde el escenario. Yo creo que lo que le falta al teatro en estos tiempos es preguntarse por el sentido de la vida. ¿Qué somos, para qué estamos aquí? Son preguntas que se eluden, y eso no debería pasar.
En La Zaranda las obras se construyen entre sus cuatro miembros, ¿cómo trabajan? No aplicamos ningún método. Partimos de un sentimiento, no de un concepto. Los conceptos se modifican, pueden ser traicioneros. Los sentimientos son perennes. Heridas abiertas, cosas que nos han golpeado. Por ejemplo, una vez estuvimos en San Salvador y leímos la noticia de que un vendedor de globos había agonizado en la calle durante tres días. Esa noticia influyó en nuestro espectáculo Ni sombra de lo que fuimos. Pretendemos ser un espejo de la vida, pero no presentando una imagen ordinaria de ésta, sino situaciones límites. Porque si le presentas al espectador su propia rutina, yo creo no le dirás gran cosa, no se producirá la catarsis consustancial al teatro, que deriva de un desgarro interior.
Además de escribir, usted es también el responsable de la iluminación, que suele ser tenebrista. Sí, cuando uno escribe, lo hace ya pensando en imágenes, que tienen una estética personal. Y yo, siempre que voy al Prado, acabo viendo a Velázquez, que para mí siempre es nuevo. Y eso le ocurre al público de La Zaranda, que va a ver algo que conoce. Eso nos diferencia del resto del teatro: no pretendemos toda esta cacharrería de novedades que han buscado los marchantes, sino emocionarnos con la tradición del arte. Yo no creo que haya que romper con nada, sino profundizar en las cuestiones fundamentales.
¿Qué imagen refleja su última obra, Nadie lo quiere creer? El derrumbe actual de los valores morales y culturales. Lo refleja metafóricamente la amputación de los miembros del personaje principal, una vieja dama con gangrena cuyos pretendidos herederos se reparten el botín antes de que ella muera. Esta historia es la excusa para hablar de la corrupción de las almas, el egoísmo y el interés por lo material más allá de los lazos afectivos.
Texto: Inés Granha. Foto: Nadie lo quiere creer.
Nadie lo quiere creer se representa en el Festival de Teatro Iberoamericano. Gran Teatro Falla de Cádiz. 27 de octubre.