Carlos Garaicoa (La Habana, 1967) dejó la isla de Cuba hace tres años para instalarse en Madrid tras vivir en países como Brasil o Suiza: “Lo sentía muy próximo y fue por una cuestión práctica. Todo se estaba desarrollando en Europa y cuando tienes un hijo… Buscas lo mejor”. Reconoce que “no es Berlín o Nueva York, pero es una ciudad que me agrada y en el plano artístico pasan muchas cosas”. Pronto inaugurará una exposición en el Irish Museum of Modern Art en Dublín y después del verano realizará una intervención en el espacio “Abierto x obras” de Matadero Madrid.
La isla ¿llega a aislar a un artista? En Cuba ha habido diferentes momentos. Yo he sido afortunado en los años que he hecho mi carrera. En los 90 hubo auge económico internacional; fueron años muy especiales. Recuerdo el paraíso que fue el contacto con Estados Unidos, como centro de arte. Los artistas de mi generación hemos empezado a triunfar antes allí, nuestro mercado natural, por cercanía. Éramos muy apreciados. Luego la situación se hizo más difícil. Desde el gobierno de Bush todo se cerró, hasta los propios cubanos se cerraron más en sí mismos, la crisis… Todo se ha sentido como un rebote, y eso que nosotros hemos estado en crisis toda la vida. Ahora con Obama empieza a notarse un cambio. Hay intercambio de artistas, la isla es visitada por profesores. Hay muchos artistas jóvenes cubanos que están haciendo un trabajo muy interesante. Desde aquí en Madrid, en el estudio tratamos de aportar algo. Hacemos trabajos de curaduría (comisariado) y de promoción de estos artistas. Es otra de las funciones posibles del arte.
Su ciudad natal, La Habana, le ha inspirado mucho en sus trabajos. ¿Madrid puede llegar a inspirarle? Mucha parte de mi obra, está muy ligada a la ciudad, a la fotografía específica de una ciudad. Pero desde muy temprano traté de buscar un escape a esa mirada tan cerrada. Al final a uno por su origen le acaban vinculando a su ciudad, pero he vivido en otros sitios y siempre he buscado ataduras intelectuales o fenómenos que me puedan inspirar. Para mi es muy importante que una ciudad tenga cosas que me atraigan y en ese sentido Madrid siempre me ha parecido fantástica. De hecho he trabajado más sobre España y sobre Madrid estando fuera que acá. De todas formas encuentro mucha conexión entre esta ciudad y La Habana, en cuanto a su arquitectura, su gente, su estado de ánimo; va algo más allá que una cuestión física, y aquí he encontrado un gran eco de mi trabajo, muchas personas que lo siguen. Al final uno es también uno de donde le siguen y le escuchan.
En cuanto a la funcionalidad del arte, a pesar de que lo conceptual rige tu obra, ¿siempre hay esa necesidad por provocar una experiencia artística, en ir más allá? El punto de partida de gran parte de mi trabajo tiene que ver con una experiencia muy habanera, muy cubana, pero que también ha tenido importancia en el ámbito internacional, que ha sido el desplazamiento del arte de una esfera artística. Desde mis años en la escuela yo me di cuenta de que era un poco limitado ser simplemente un artista y, no sé hasta qué punto lo habré logrado, pero mi interés por la arquitectura y el espacio urbano me ha dado la necesidad de no sólo hacer un objeto atractivo. Una ciudad es un cúmulo de cosas, las relaciones son de otro tipo, y al final tú estás en medio. Formas parte de ello y ese espíritu crítico, venido un poco del socialismo, de esa necesidad de utilidad o funcionalidad de los cubanos, me ha hecho investigar un poco más allá. De ahí uno de mis proyectos más recientes, hacer una biblioteca en un espacio urbano en Inglaterra. No bastaba con colocar una escultura, había que interactuar con el entorno. Generó un fenómeno, una discusión intelectual y cultural. Mi estudio está formado por seis o siete personas, somos un equipo múltiple de arquitectos, diseñadores, maquetistas, historiadores del arte, filólogos, que nos permite hacer cosas más complejas y siempre con una misma actitud, que al final es la de implicarse socialmente. Se trata de una metodología muy abierta, nos sentamos para dar respuesta a una idea. Todo al final es formalmente solucionable. Se trata del buen hacer.
Te refieres a la biblioteca de Castleford (Yorkshire) ¿Cómo surgió el encargo? Fue una propuesta nuestra. A mi me invitaron a hacer una escultura y acabé proponiendo una biblioteca. Lo interesante es que nosotros, en el estudio, podamos romper la barrera del arte y enfrentarnos a algo más ambicioso, y nos hemos metido cinco años a hacer la cosa más ambiciosa que hemos hecho nunca. No me sentí capaz de hacer un objeto único sino de construir con mi equipo un artefacto que llegase a cambiar el comportamiento de una ciudad. En ese sentido soy ambicioso porque además creo que el arte es un espacio tan rico de reflexión, de negación, de aceptación, etc. Y son ideas, conceptos, que al final somos capaces de llevar a cabo.
En esa actitud ¿hay un componente crítico en el sentido de denuncia o de construir algo nuevo? Yo creo que van paralelos. Toda crítica, toda denuncia, es un acto de construcción de algo nuevo. Es muy importante que los artistas mantengamos una actitud de tensión con relación al contexto en el que estamos. Siempre me informo para hacer mi trabajo. Creo mucho en la necesidad de que el arte se entienda y que nos ayude para tomar cierta distancia. Si no, uno acaba siendo parte de la industria cultural y del entretenimiento, y por eso es importante saber aislarse y mantener la independencia. Por aquello también de sentirse un profesional del arte, hacer tu obra más personal.
Texto: Ana Berruguete
En imagen, arriba: Un Minuto Oriental en la Música Occidental, 2008. Instalación. Instrumentos musicales, vidrio, metal, estetoscopios, cables y sonido. Dimens. variables. Cort. del Artista y Galleria Continua (San Gimignano/ Beijing/ Le Moulin). Foto: Oak Taylor Smith.
Abajo: La palabra transformada (Triunfo, duda, y celebración), 2009. Instalación (detalle). Cintas adhesivas cortadas a mano s/ manta de corte. 45×60 cm. Cortesía del Artista y Galería Elba Benítez (Madrid). Foto: Eddy A. Garaicoa.
Sumario: Principios básicos para destruir, 2007. Instalación. Azúcar, hormigas, metacrilato, madera. 150 x 243 x 121.5 cm. Cortesía del Artista y Galería Elba Benítez (Madrid). Foto: Lillebit Fadraga.
Galería de fotos:
1. Las Joyas de la Corona, 2009. Instalación. 8 esculturas de plata, madera, vidrio. Dimensiones variables. Cortesía del Artista y Galería Elba Benítez (Madrid). Foto: Alex Delfanne.
2. Las Joyas de la Corona (Pentágono), 2009. Instalación (detalle). Escultura de plata, madera, vidrio. 1.5 x 9 x 9 cm. Cortesía del Artista y Galería Elba Benítez (Madrid)
Foto: Ela Bialkowska.
3. Las Joyas de la Corona (Estadio Nacional de Chile), 2009. Instalación (detalle). Escultura de plata, madera, vidrio. 3 x 14 x 8 cm. Cortesía del Artista y Galería Elba Benítez (Madrid). Foto: Ela Bialkowska.
4. La palabra transformada (El plato frío), 2009. Instalación (detalle). Cintas adhesivas cortadas a mano sobre manta de corte. 45 x 30 cm. Cortesía del Artista y Galería Elba Benítez (Madrid). Foto: Eddy A. Garaicoa.
5. El punto, la línea y el plano, 2009. Libro, papel cortado a mano, vidrio, madera. 80 x 175 x 210 cm. Colección Tate Modern Collection, Reino Unido. Donado por The Latin American Acquisitions Committee con fondos provenientes de The American Fund for the Tate Gallery, 2009. Foto: Alex Delfanne.