Que un periodista publique una primera novela es algo normal. Que la novela sea buena, honesta, fresca y estilosa no tanto. Juan Sardá (Barcelona, 1976) lo ha conseguido con Dinámica de los cuerpos eléctricos (Suma de letras), un relato bajo cuyo nihilismo late una sensibilidad y capacidad de observación que convierten a este mito del periodismo cultural en una de las voces más interesantes del panorama literario. Un autor de culto que destruye dogmas mientras gana adeptos.
Juan Sardá era escritor antes de publicar su primera novela. No sólo porque haya ejercido un impecable periodismo cultural en las páginas de publicaciones como El Cultural (El Mundo), Rockdelux, Fotogramas, On Madrid (El País) o El Duende, donde colabora desde que llegó a la capital, hace unos ocho años. Sino porque todo en él tiene ése aura que distingue a los elegidos: su incómoda y personal visión de las cosas, su intensa forma de ver y vivir la noche o su aspecto de estrella de rock cool algo despistada. Todo eso está en Dinámica de los cuerpos eléctricos (ed. Suma de letras), una novela adictiva y valiente, de una prosa inusualmente madura, que se atreve a cuestionar sin tapujos las etiquetas sexuales, el nacionalismo catalán o la presencia de las drogas en la sociedad.
¿Qué es lo más difícil de publicar una primera novela? Destacar. Estamos en un momento en el que triunfas o no triunfas. Las novelas se están convirtiendo en una especie de “acontecimiento social”, todo el mundo quiere leer la misma que leen los demás como forma de integración. Falta curiosidad y más lectores habituales.
Dinámica de los cuerpos eléctricos es la historia de la venganza de un tipo autodestructivo que no ha sabido canalizar su dolor hacía algo positivo. ¿Crees que la bondad en el arte está sobrevalorada? No, más bien lo contrario, muchas veces parece que los buenos sean tontos. Quería hablar es de cómo el dolor no nos convierte necesariamente en buenas personas como afirma la tradición cristiana. Muchas veces es al revés, sentirnos infelices nos convierte en seres incapaces de amar o de valorar lo que tenemos. En este caso, efectivamente, el protagonista no sabe transformar esos traumas en una visión más profunda de las cosas. El odio le destruye y con él a todos los que tienen a su alrededor
¿Qué función tiene para ti la literatura? Como el cine o el arte, es una cuestión de mirada. Su única función es enseñarnos a ver el mundo desde otros puntos de vista al nuestro.
¿Qué escritores te han influido? Su realismo sucio recuerda al de Bret Easton Ellis. Bret Easton Ellis me ha influido, pero también los beatniks o Fitzgerald. Aunque mis gustos son menos “modernos” de lo que algunos podrían pensar.
He leído mucho a Flaubert, Proust o Dickens. Y si pudiera escoger a qué escritor me gustaría parecerme sería Faulkner. El ruido y la furia fue la novela que tuve más en mente.
En las partes de la infancia y la adolescencia del protagonista convocas la ternura de un J.D Salinger. ¿Crees que todo está en esa etapa? De una forma u otra somos producto de nuestra infancia. Pero uno puedes enfrentarse a ella mejor o peor. Hay quien jamás supera la muerte de un padre y hay quien nació en Auschwitz, vio cómo gaseaban a su familia y luego sabe reponerse.
En un largo pasaje describes una noche de fiesta en Barcelona al más puro estilo Capote. ¿Te ha influido tu profesión? Seguro que pueden detectarse elementos periodísticos, pero yo he procurado hacer literatura y no soy consciente de ello. Una cosa buena de ser periodista es que te enseña a mirar, a fijarte en lo que sucede a tu alrededor.
¿Qué le dirías a los que te puedan tachar de frívolo? Que se lean la novela hasta el final. Otra cosa es los personajes puedan comportarse como tales algunas veces. Una cosa es describir la frivolidad y otra, serlo.
Como testigo en primera línea, ¿cómo han evolucionado Madrid y Barcelona? Barcelona pasó un muy buen momento a finales de los 90, eso sale en la novela. Después inició un lento declive y se ha convertido en una especie de Benidorm pero a lo bestia. Respecto a Madrid, la década pasada fue bastante interesante. Pero la crisis ha frenado ese progreso y sigue habiendo un problema muy serio de paletez y falta de educación. No estamos al nivel de Berlín o Londres.
¿Crees que habrá gente que se escandalice con tu novela? Mi intención ha sido contar las cosas tal y como son. La novela reproduce los pensamientos íntimos del protagonista y no creo que nadie para sus adentros sea “políticamente correcto”. Es bastante cruda y no muy complaciente, pero estoy harto de los personajes esquemáticos que o son buenos o son malos.
Yo no he intentado que el lector se “identifique” con el protagonista, sino que reflexione a través de él. Que se plantee sus propios valores.
El libro abre con una cita de F. Bacon: “somos carne comestible”. ¿Qué función tienen las drogas en esos cuerpos eléctricos? Esa frase tiene como finalidad situar al lector en un determinado marco filosófico basado en el materialismo, entendido desde un punto de vista marxista. O sea, que somos materia, no espíritu, materia corrompible además.
Respecto a las drogas, explico lo que hay. España está a la cabeza en consumo de cocaína. Yo no digo que las drogas sean buenas o malas, me limito a explicar su consumo, a contar la realidad.
Y en ti, ¿te ayudan a encontrar la inspiración? Las drogas me han enseñado muchas cosas sobre mí mismo que quizá no hubiera conocido de otra manera.
¿Te ha influido el cine? Por supuesto. Pertenezco a una generación más de cine que de libros. Existen unos referentes culturales que están ahí, en la pantalla, y yo he querido reflejarlos, es lo lógico.
¿Y la música? Ha sido mi principal inspiración. La era del britpop y la eclosión del techno fue fundamental en mi educación sentimental. Quiero escribir una segunda parte y el título estará inspirado en una canción de Neil Young, Heart of Gold. De momento estoy terminando otra de ciencia ficción que se llamará Taksim y un guión.
Texto: David Bernal
Foto: Ana Nieto