Supongo que no hay nada más primario que nuestra libertad al convivir en la naturaleza. Si a eso le añadimos poder dar rienda suelta a nuestra creatividad en ella, el pack es completo. Desde nuestros orígenes, a la naturaleza se le ha concedido una simbología mágica y repleta de poder, consiguiendo finalmente una armonía entre el humano respecto al arte, la libertad y el entorno lo cual, a lo largo de los siglos posteriores, nos ha hecho replantearnos nuestra relación con este último. Con esa dicotomía convive el artista palmerino Alvaro Redondo (La Palma del Condado, Huelva), cuyos murales podemos encontrar en medio de la naturaleza en pueblos, edificios abandonados, el mundo rural o ya en lienzos más asumibles.
La propia naturaleza como técnica
Redondo viaja en su furgoneta, que la mayor parte del tiempo también es casa, con la que buscar entornos donde mezclarse con su arte. «Me encanta intervenir en los espacios abandonados por el ser humano, creo que es importante para el artista urbano hacerlo en determinados sitios, forma parte del concepto». Alvaro concede a la ruina no solo una oportunidad de volver a ser, sino de ser brillante. Eso sí, a pesar de lo que puede tardar en crear uno de sus murales, es consciente de que, al estar integrado en la naturaleza, su arte es efímero: «Los que nos dedicamos a esto, somos conscientes de que eso no se queda ahí para siempre, no hacemos cosas para toda la vida, sabemos que tiene una durabilidad corta». Una forma añadida de seguir creando y evolucionando de forma creativa, puesto que, aunque el ser humano intervenga, la naturaleza sigue su curso: «Con el transcurso del tiempo, hay obras que no funcionan en el espacio que has elegido, pero otras veces, cuando veo en una casa cómo la pintura se deteriora o cómo el mismo óxido se ha integrado con los desconchones deformando el ojo a la figura o transformándolo en otra cosa, me encanta. Ese tipo de cosas que pasan sin control por la propia naturaleza».
Jugar con el entorno
Álvaro, que ha ganado numerosos certámenes, no solo pone en el centro al lienzo para elaborar su creatividad, sino también para desarrollar su técnica: «No uso colores planos, sino los desperfectos de una pared. Trabajo con veladura, no llego a los resultados a través de mezclas». Sin olvidar que una vez más que en el arte urbano hay que tener en cuenta el entorno: «En la calle te encuentras de todo y lo ves todo. A mí me gusta interactuar, explicarle a la gente que me pregunta, pero no por eso me desconcentro. Una vez que cojo la brocha, si alguien me dice algo, le contesto, pero yo estoy en mi historia. Siempre estoy medio conversando, enfocado y disfrutando, porque ahí es cuando te das cuenta de que los trabajos salen como tú quieres».
Sus murales son realistas, buscando ahondar en la psicología de los personajes que pinta: encontramos miradas, gestos e incluso emociones con las que Redondo confiesa conversar durante el período de creación, donde entra en una especie de “éxtasis”. El andaluz, que iba para futbolista, demuestra una profunda sensibilidad en los trazos, llevados a cabo con extrema delicadeza. Mucha de su inspiración viene de una experiencia pasada en Perú, donde descubrió el verdadero arte urbano que no ha abandonado hasta la fecha. No descarta volver, aunque ahora sueña con ser libre en su tierra, como cantaba Manolillo Chinato: “Que no quiero ser tanto / Quiero vivir en mi tierra, agrietada de manantiales cristalinos / andar un poco más lejos que las fronteras/ por la sublime añoranza del regreso”.